SEGUNDA PARTE: LA LUZ DE LA VIDA
Artemisa había confiado
plenamente en que la vida era un camino luminoso que, aunque de vez en cuando
estuviese anegado en dificultades, siempre le permitiría transitar en calma por
su destino. En esa tarde otoñal en la que parecía que en cualquier momento el
cielo podía estallar en una lluvia furiosa, su mundo había comenzado a temblar.
Por primera vez en su existencia, su magia y su fe no habían sido tan fuertes
como ella había creído que eran.
Sabía que no era posible luchar
contra el destino de una persona si éste ya se había decidido en el principio
de su existencia; pero le había costado mucho perder la esperanza en que Gaya
se recuperaría gracias a la tisana que le habían preparado y a los rituales que
para sanarla habían celebrado. Que tanto esfuerzo hubiese sido en balde le
destrozaba el corazón y le hacía sentir una tristeza tan intensa que incluso la
asfixiaba.
Gaya estaba partiendo hacia el
mundo de la muerte, estaba marchándose de la vida. Artemisa no podía aceptar
aquellas certezas tan horribles. Se sentía totalmente incapaz de vivir sin
ella, sin sus consejos, sin su paciencia, sin escuchar su dulce y afable voz,
sin saberse protegida por su bondad. Gaya había sido para ella como la madre
que nunca había tenido, como esa familia que no había sabido comprenderla. No
pudo evitar que se apoderasen de ella unas intensísimas ganas de llorar que
destruyeron la sutil serenidad que le anegaba el alma.
Casandra: No sé cómo podremos
consolarnos cuando Gaya muera. No puedo creerme que no hayamos conseguido salvarla.
Me siento tan mal por haber fracasado, Neftis...
Neftis: Yo también. Por la
Diosa, qué lástima, qué impotencia siento. Lo peor es que conozco a Artemisa y
sé que se culpará eternamente de la muerte de Gaya. La quiere tanto que me
parece que este golpe la hundirá y le costará mucho renacer.
Casandra: Todas tenemos que apoyarnos
las unas a las otras. Debemos estar más unidas que nunca.
Neftis (llorando
desconsoladamente): La muerte de un ser querido nos desestabiliza. Puede que sea
muy complicado vivir en calma a partir de ahora.
La tristeza que todos sentían se
había esparcido por el bosque y parecía como si hubiese alimentado las espesas
nubes que cubrían el dorado cielo del atardecer. Ni siquiera Edurne, quien
siempre había encontrado la parte positiva a todo hecho, podía saber cómo
viviría si Gaya se marchaba. Penélope también se culpaba, como Artemisa, por la
partida de Gaya.
Mas siempre queda un rayo de luz
incluso cuando las sombras más impenetrables anegan cualquier lugar, cuando las
estrellas se esconden tras una densa capa de nubes violentas. La esperanza
puede temblar en los rescoldos de una hoguera que antes ha sido vigorosa y que
el viento y la lluvia han convertido en nada.
Hacía mucho tiempo que Agnes no
se relacionaba con los miembros de El fuego de Hécate. Tras lo que había
ocurrido con Artemisa, se había mantenido alejada de cualquier persona. Ni
siquiera ella podía perdonarse que le hubiese ocasionado tanto daño a un ser
tan puro. El tiempo y la soledad le habían hecho descubrir que sólo había
actuado guiada por la envidia y el miedo más feroces; el miedo a perder a esas
pocas personas que la querían y que la comprendían. Incluso Némesis, con su
quieta presencia y sus hipnóticos ojos, la había ayudado a entender que no podía
continuar viviendo de ese modo, dejándose guiar por aquellas emociones tan
negativas. Era cierto que Agnes le guardaba rencor al mundo entero, pero no era
justo para nadie ni para ella que permitiese que el alma se le llenase de tanta
oscuridad.
A través de sus poderes mágicos,
había descubierto que la suma sacerdotisa de El fuego de Hécate había enfermado
de una dolencia que nadie sabía nombrar y que se hallaba cerca de la muerte.
Desde entonces, a través de rituales llenos de energía y poder, había vigilado
y cuidado la vida de Gaya y también había intentado sanarla.
Agnes quería y respetaba
muchísimo a Gaya, aunque llevase más de un año sin hablar con ella, sin verla,
sin ni siquiera buscarla en los rituales. Durante todo ese tiempo, había vivido
solamente relacionándose con su serpiente, celebrando a solas los rituales
sagrados, comunicándose íntimamente con la Diosa y con las fuerzas de la
naturaleza.
Saber que Gaya estaba muriéndose
la había hecho despertar de su soledad, había quebrado los miedos y la
inseguridad que le impedían regresar junto a El fuego de Hécate y la había
instado a intervenir en el destino de aquella mujer que siempre la había
tratado como si fuese su madre. Agnes nunca había confiado plenamente en el
amor que todos le habían demostrado y en aquel entonces era plenamente
consciente de que se había equivocado muchísimo actuando de ese modo, siendo
tan desconfiada con ellos, con quienes en realidad pensaban y creían como ella.
Neftis (con recelo y sorpresa):
No puedo creerme lo que estoy viendo.
Artemisa (levemente estremecida,
aunque también asombrada): Es Agnes.
Gilbert: Hace más de un año que
no la vemos. No sé para qué viene.
Casandra: Yo ni la recibiría.
Échala de aquí, Gilbert.
Agnes (con mucha timidez y nervios):
Hola a todos. Espero no llegar demasiado tarde...
Casandra (con recelo y rencor):
¿Qué quieres, Agnes? Si has venido a burlarte de nuestro dolor o a aprovecharte
de la muerte de Gaya para realizar tus intereses egoístas y ambiciosos, ya
puedes irte por donde has venido.
Agnes (con culpabilidad y
tristeza): Te equivocas, Casandra. No he venido a hacer nada de eso.
Casandra: Aquí no te necesitamos
para nada, así que lo mejor será que te marches.
Agnes: Déjame explicaros...
Casandra: No te mereces que te
escuchemos. ¡Intentaste matar a mi hermana!
Agnes (con voz trémula): De
veras, estoy muy arrepentida de lo que hice. Creedme.
Casandra: ¡Lo único que quieres
es engañarnos! ¿Y encima te atreves a venir con ese bicho?
Artemisa (con voz apaciguadora):
Hermana, entiendo que receles de ella y que no puedas olvidar lo que me hizo,
pero creo que tendríamos que escuchar lo que ha venido a decirnos.
Casandra: Tú sabrás lo que
haces, Artemisa; pero luego no vengas llorando ni pidiéndonos ayuda. ¡Luego no
me digas que no te lo advertí!
Casandra se alejó disgustada.
Artemisa sabía que no estaba ofendida solamente por ignorar sus advertencias,
sino también por lo que estaba ocurriéndole a Gaya.
Artemisa (sonriendo
cariñosamente): No tengas en cuenta las palabras de mi hermana. Todas estamos
muy afectadas por la muerte de Gaya.
Agnes (tímidamente): No te
preocupes, Artemisa. Tu hermana y todos, en realidad, tenéis todo el derecho
del mundo a tratarme mal, a despreciarme y a echarme de vuestro lado. Me
marcharé en cuanto ayude a Gaya. Después no os molestaré nunca más. No os
reprocho que me odiéis, pues es totalmente lógico que lo hagáis. No me porté
bien contigo y...
Artemisa: Ahora eso es lo que
menos importa. Ya hablaremos de lo que ocurrió en otro momento.
Artemisa se sentía intimidada
por la presencia de Agnes, pero también podía detectar que de la mirada y de la
voz de aquella mujer tan hermosa y a la vez imponente se desprendía un inmenso
arrepentimiento y una terrible tristeza que la empequeñecieron.
Agnes: He venido a ayudar a
Gaya. Creo que aún no habéis hecho todo lo posible para sanarla.
Artemisa: Hemos hecho todo lo
que estaba en nuestras manos, Agnes, de veras.
Agnes: No, Artemisa. No me
preguntes cómo lo he descubierto, pues he utilizado muchísimos métodos de
adivinación para conocer el estado de Gaya, pero sé que no habéis agotado todos
los medios que la Diosa nos ofrece para curar a un ser querido.
Artemisa (notablemente
disgustada): ¿Y por qué no nos ha permitido curarla? ¡Nos hemos esforzado lo
indecible para devolverle la salud!
La tristeza y la desesperación
que le llenaban el alma a Artemisa se acrecieron imparablemente por dentro de
ella y estuvieron a punto de turbar irrevocablemente la calma que le permitía
conversar con Agnes.
Agnes: Todo lo que sucede tiene
su significado, Artemisa. Cuando todo esto pase, entonces comprenderemos el
porqué de todo lo que hemos vivido. Por favor, permíteme ayudar a Gaya.
Artemisa no se opuso a que Agnes
interviniese en el destino de la suprema sacerdotisa. Era la última esperanza
que les quedaba a todos. Además, si Agnes mentía y en realidad lo que quería
era hacerle daño a Gaya, tampoco podría evitar su muerte si le impedía actuar a
aquella hechicera tal como desease.
Agnes (dirigiéndose con mucho amor
a su amiga): Gracias por entregarme las fuerzas que necesito para enfrentarme a
este momento. Gracias por acompañarme siempre, mi querida Némesis. Ahora deberás
aguardarme aquí. No te muevas, ¿de acuerdo? No quiero que nadie te haga daño.
Agnes (hablándole con tensión a
Artemisa): Sé que habéis elaborado una infusión de Pitusas inolvidables. Dime,
¿qué parte de la planta habéis utilizado?
Artemisa: Las flores.
Agnes (escandalizada): ¿Sólo las
flores? ¿Y las habéis echado todas al caldero?
Artemisa (casi inaudiblemente):
Así es.
Agnes: ¡No es posible!
Gilbert (con voz grave y tensa):
¿Qué ocurre, Agnes?
Agnes (incapaz de creerse lo que
había oído): ¡No me digáis, por favor, que solamente habéis usado las flores!
Artemisa (repitiendo
sobrecogida): Sí, Agnes.
Agnes: ¡Por la Diosa! ¡Las
flores de las Pitusas inolvidables son venenosas si se emplea una gran
cantidad! ¡Lo que deberíais haber aprovechado son los tallos y las raíces!
Además las raíces son el único antídoto contra el veneno de las flores. Dime,
por favor, Artemisa, que trajiste las raíces y que no las tiraste cuando
cortaste la planta.
Casandra (con la voz llena de
reproches): Artemisa, me aseguraste que conocías perfectamente cómo debíamos
emplear esa planta
Artemisa (temblorosa): Leí en el
libro dorado que...
Neftis: ¿Cómo es posible que
hayas cometido un error así?
Penélope: ¡Gaya podría estar curada
y viviría entonces si lo hubiésemos hecho bien!
Agnes (conciliadoramente, aunque
con nervios): No es el mejor momento para discutir ahora. Tampoco tiene sentido
que os culpéis de no haberlo hecho bien. Las Pitusas inolvidables son una
planta prácticamente desconocida y muy venenosa que casi nadie sabe emplear
bien, así que no os recriminéis haber errado. Artemisa, dime, por favor, que tenemos
las raíces y los tallos.
Artemisa: Sí, los tenemos.
Agnes: Gracias a la Diosa. ¡Dámelos,
rápido!
Agnes: Además de los tallos y
las raíces, para elaborar la infusión que Gaya debe tomar, hay que recitar unos
versos sagrados que fortalecerán la magia de las hierbas.
Entonces Agnes comenzó a
susurrar unas palabras misteriosas e imponentes. Artemisa supo que Agnes se
expresaba en griego antiguo.
Como si aquellas palabras fuesen
un aire nítido que alimentaba las llamas del fuego, del interior del caldero
surgió un humo blanco y mágico que a todas les llenó el alma de paz y
esperanza. Las sobrecogió que Agnes tuviese tanto poder, que fuese capaz de
invocar una magia tan ancestral como el viento con la que manejó el vigor del
fuego y las energías que procedían de aquellas plantas que a Gaya podían
salvarle la vida. Ser testigos de cómo Agnes había realizado aquel hechizo las
ayudó a confiar de nuevo en la vida.
Artemisa: Es impresionante.
Casandra: No te dejes engañar.
Es muy poderosa, pero ya sabes que puede utilizar toda esa magia en contra
tuya.
Artemisa: Yo no seguiría
desconfiando de ella.
Casandra: ya veremos si de veras
quiere ayudar a nuestra sacerdotisa.
Agnes oía perfectamente las
injustas, pero comprensibles palabras que Casandra pronunciaba en su contra, mas
intentó que la tristeza que le causaba detectar tanta desconfianza y rencor
hacia ella no influyese en su poder. Se concentró en enfocar toda su energía en
aquel hechizo; lo cual empezó a agotarla mucho; pero también supo ignorar las
reacciones de su cuerpo.
Agnes (con una voz solemne y
susurrante): Ya tenemos el brebaje que salvará a Gaya.
Artemisa: Gracias, Agnes.
Agnes: Dame las gracias si
consigo curarla. Sólo ruego que no sea demasiado tarde. Artemisa, tú, que eres
la que más confía en mí, por favor, llévame hasta Gaya.
Casandra: No creo que sea
conveniente que la dejemos entrar. Ya le daré el brebaje yo.
Penélope: Agnes, ¿nos aseguras
que tus intenciones son totalmente buenas?
Agnes: No tengo ningún motivo
para hacerle daño a Gaya. Yo también la quiero con locura.
Casandra: En realidad sí lo
tienes. Tú siempre has querido convertirte en la suma sacerdotisa del aquelarre
y creo que aprovecharás esta ocasión para lograr tus propósitos.
Agnes: ahora mismo ser suprema
sacerdotisa del aquelarre no me importa en absoluto; al contrario, sé que es
otro mi destino. Lo que más me interesa es la vida de Gaya, así que lo mejor
será que no me entretengas más. Artemisa...
Artemisa (con dulzura): Ven
conmigo, Agnes.
Casandra: ¿De verdad confías en
ella, Artemisa?
Artemisa: Hermana, si no puedes
confiar en Agnes, está bien, no lo hagas, nadie te obliga a hacerlo. Sólo te
pido que confíes en mí.
Las palabras de Artemisa
serenaron levemente a Casandra, quien no siguió oponiéndose a que Agnes se
adentrase en el hogar de Gaya ni a que Artemisa la condujese hasta la vera de
la sacerdotisa.
Agnes era muy sensible. Podía
percibir todas las energías que se acumulaban en un lugar, incluso aunque éstas
fuesen muy tenues. No le costaba detectar si la vida que se encerraba en un
cuerpo estaba impulsada por la fuerza o por el desaliento. Además,
involuntariamente, al asomarse a la mirada de los demás, captaba nítidamente
los pensamientos y los sentimientos que los dominaban. Por eso, no le extrañó
que, al introducirse en la casa de Gaya, el alma se le anegase en desconsuelo,
tensión y desánimo. Notó que aquella pesada y opresiva atmósfera la asfixiaba y
que su vigorosa magia temblaba en el interior de su ser.
Sin embargo, se esforzó por
desprenderse de todas las energías negativas que la golpeaban en el alma y en
el corazón; las cuales no procedían solamente de percibir la muerte tan cerca,
sino también de la desconfianza con la que Penélope, Gilbert, Neftis y Casandra
la habían tratado. Entendía que le guardasen rencor por el daño que le había
causado a Artemisa, pero también se entristecía cuando se planteaba la
posibilidad de que nunca la perdonasen y que jamás volviesen a acogerla en el
aquelarre. No obstante, debía reconocer que lo que más le importaba eran los
sentimientos y las emociones que Artemisa sentía por ella. Que Artemisa la
hubiese escuchado y se hubiese dirigido a ella con dulzura y amabilidad en todo
momento la serenaba profundamente y la instaba a deshacerse de esa inseguridad
y esa timidez que tanto le habían impedido acercarse a aquella mujer tan sabia
y comprensiva para disculparse por lo que había ocurrido.
Ver a Gaya tan desvanecida y
sentirla tan lejos de la vida la paralizó; pero sabía que aún no era demasiado
tarde. Se aproximó a su cama, de la que emanaba la incipiente llegada de la
muerte, y le habló con mucha calma y paz.
Agnes: Hola, Gaya. Quizá te
extrañe oír lejanamente mi voz. He venido a ayudarte, al contrario de lo que
todos creen. Intenta tragar este brebaje. Sé que te costará, pero tienes que
hacerlo.
Mientras Gaya tragaba
dificultosamente aquel líquido oscuro y espeso, Agnes exclamó:
Agnes: Diosa Hécate, sé que me
has permitido vivir este momento para que les demuestre a todos que me has
guiado en las sombras. Por eso, te suplico que salves a Gaya. No permitas que
se pierda en el mundo de la muerte tan pronto. Gran madre, devuélvele la salud
que tanto necesita para seguir siendo nuestra amada sacerdotisa.
Agnes siguió rezando durante
unos momentos que todos creyeron una eternidad.
Sabía que la tisana que Gaya
había ingerido con tanta dificultad no surgiría efecto hasta que transcurriesen
al menos cinco minutos. Agnes se fijó en todas las reacciones del cuerpo de
Gaya. Se centró en captar nítidamente el ritmo y la profundidad de su
respiración para detectar cualquier cambio que se operase en su ser, le tomó la
temperatura varias veces durante aquel tiempo y no dejó de hablarle a la Diosa.
Al fin, Gaya abrió los ojos.
Aunque supiese que aquello podía ocurrir, Agnes se quedó paralizada. Miró
fijamente a Gaya con atención y esperanza, aún sin dejar de suplicarle
silenciosamente a la Diosa que le devolviese la energía que aquella extraña
enfermedad le había arrebatado.
Gaya había recuperado el matiz
rosado que siempre le había teñido las mejillas; el que desvelaba que su salud
era inmejorable. Respiraba con menos dificultad y con más calma y se habían
disipado las brumas que le habían inundado la mirada.
Gaya (desorientada): ¿Qué ha
ocurrido?
Agnes: ¿Puedes oírme y
comprenderme, Gaya?
Gaya: ¿Agnes? ¿Qué haces tú
aquí?
Agnes: Ahora eso no tiene
importancia. Dime, por favor, ¿cómo te sientes?
Gaya: Estoy algo desorientada,
pero ya no me siento tan débil como antes. Incluso me apetece levantarme de la
cama y salir de aquí. Llevo tanto tiempo encerrada...
Agnes (emocionada): ¿De veras te
sientes con ánimo para levantarte?
Gaya: Sí, sí. Sé que Artemisa,
Casandra, Edurne, Gilbert, Neftis y Penélope están allí afuera esperándome. Pobrecitos.
Es injusto que se lo haya hecho pasar tan mal.
Agnes: No tienes la culpa de
haberte enfermado. Ya nos explicarás qué te ha ocurrido.
Gaya: Pero dime qué haces aquí.
¿Acaso han ido a buscarte para que me ayudes?
Agnes: No, no. He venido yo
porque...
Gaya: ¿Cómo sabías que estaba
enferma?
Agnes: Ya te lo explicaré en
otro momento, Gaya. Ahora lo más importante es que les digas a todos que estás
bien, ¡que te has recuperado!
Agnes notó que se apoderaban de
ella unas intensas ganas de llorar de felicidad y emoción. Hacía muchísimo
tiempo que no experimentaba esas sensaciones e incluso le pareció que se había
olvidado de que existían.
Gaya: Quiero levantarme, pero me
parece que necesito apoyarme en algo, pues todavía me encuentro bastante débil.
Por favor, acércame ese bastón de madera. Ya lo usaba antes de caer tan
enferma.
Cuando Agnes le proporcionó a
Gaya el sustento físico que necesitaba, entonces, intentando expresarse con
calma y firmeza, le declaró:
Agnes: No te imaginas cuánto me
alegro de que te hayas recuperado, Gaya. Me demuestras con tu fortaleza que
nunca debemos perder la esperanza, de que nunca tenemos que rendirnos, aunque
las experiencias más dolorosas nos golpeen.
Gaya: No debes olvidar, Agnes,
que estoy viva gracias a ti.
Agnes (con timidez y
culpabilidad): No, en absoluto. Artemisa y los demás también te han ayudado muchísimo.
Artemisa y Casandra fueron a buscar la planta medicinal que necesitabas a un
lugar muy lejano y peligroso. Edurne, Gilbert, Neftis y Penélope se han
desgastado mucho celebrando rituales de sanación para intentar curarte. Todos
se han desvivido por ti.
Gaya: Pero, si tú no hubieses
venido, tal vez yo no estaría viva. Muchísimas gracias, Agnes.
Agnes: Gracias a ti por apreciar
mi gesto.
Gaya: Yo sé que eres una mujer
bondadosa y que tienes un alma muy pura, Agnes; aunque sientas tanta atracción
por las sombras y por las criaturas que las habitan. Eres muy mágica, Agnes, y,
créeme, nunca lo he dudado. También te quiero mucho y me gustaría que todo
volviese a ser como antes.
Agnes: A mí también, pero me
temo que no será tan sencillo que olviden lo que ocurrió.
Gaya: Estoy segura de que, si
les explicas todo lo que sentías, te comprenderán y olvidarán tus errores.
Agnes: Gracias, Gaya.
Gaya: Eres una buena persona y
te mereces que te cuiden y te quieran. No pases más tiempo sola, alejada de
nosotros, Agnes.
Agnes (arrancando a llorar
silenciosamente): Lo que me dices me conmueve muchísimo, Gaya. Muchísimas
gracias por quererme. No me lo merezco, realmente.
Gaya: Anda, tonta, no digas eso,
y no llores. Quiero que esta tarde devenga en una de las más hermosas de
nuestra vida.
Hiduna, la lechuza que nunca
había abandonado a Gaya desde que ella la criase tras encontrársela herida en
el bosque, observaba a la suprema sacerdotisa con felicidad y también tensión.
Gaya se acercó a ella y, con una voz muy dulce, le agradeció:
Gaya: Siempre has estado a mi
lado dedicándome una lealtad inquebrantable. Gracias, Hiduna. Gracias por
enviarme tu magia a través de tu presencia.
Gaya: Vayamos afuera, Agnes.
Deseo tanto hablar con todos ellos...
Agnes: Apóyate en mí, Gaya, por
favor.
Gaya: Antes de salir, permíteme
que te pida algo.
Agnes (nerviosa): Sí, por
supuesto.
Gaya: No vuelvas a permitir que
el rencor, la inseguridad y la vergüenza te alejen de nosotros. Agnes, siempre
te he querido mucho y lo que has hecho hoy por mí me demuestra que correspondes
nítidamente al amor que siento por ti. No quiero que sufras más, Agnes. La vida
es un regalo muy hermoso que está lleno de bendiciones. No es justo que vivas
sumida en una soledad que te destruye tanto, Agnes. Deja atrás tus miedos e
intérnate en una nueva época que puede hacerte muy feliz.
Agnes: Lo intentaré, Gaya, te lo
prometo.
Cuando Gaya salió al exterior
apoyándose en el brazo de Agnes y en el bastón que sostenía su equilibrio,
Gilbert, Casandra, Neftis, Artemisa, Penélope y Edurne se quedaron paralizados
mirándola con intriga y muchísimo asombro. Ninguno de ellos dudó de que Gaya
estaba totalmente recuperada, al fin, pues de la mirada le emanaba una energía
muy tierna que a todos les acarició el alma hasta sanarles las heridas que la
triste situación que habían vivido les había horadado.
Artemisa (llorando de
felicidad): ¡Por la Diosa! ¡Gaya! ¡No puedo creerlo!
Artemisa se abrazó a Gaya
llorando desesperadamente. Todos la abrazaron con mucho amor y felicidad, pero
Gaya sobre todo sintió el cariño con el que Artemisa la rodeaba. La conmovió
profundamente verla llorar con tanto desconsuelo.
Casandra (susurrando para sí):
Gracias, Hécate, gracias por permitirle volver.
Artemisa: Creo que no es sólo a
Hécate a quien tenemos que agradecerle que Gaya se haya curado, sino sobre todo
a Agnes. Si Agnes no hubiese ayudado a Gaya, ella ahora no estaría aquí, entre
nosotros. Gracias, Agnes, por haber aparecido en un momento tan importante.
Casandra: Aparte de agradecerte
lo que has hecho por Gaya, yo tengo que pedirte perdón. Me he equivocado
contigo, Agnes. Te he juzgado muy cruelmente y me gustaría que me perdonases,
aunque entenderé que no quieras hacerlo.
Agnes: No tengo nada que
perdonarte, Casandra, ni a ti ni a nadie. Es totalmente comprensible que hayáis
desconfiado de mí. Sería ilógico que no lo hicieseis; pero me gustaría que
supieseis que, durante todo este tiempo que me he mantenido alejada de
vosotros, he pensado muchísimo en todo lo que me sucedió y he cambiado
muchísimo. La Diosa me ha ayudado mucho a reconocer mis errores, mis carencias,
mis tristes sentimientos. Por favor, perdonadme.
La voz de Agnes sonaba trémula;
lo cual conmovía a todos los que la escuchaban.
Artemisa: Creo que para todos
empieza una nueva época que tenemos que llenar de luz. Que Gaya se haya
recuperado de esa terrible enfermedad que ha estado a punto de apagar su vida
nos indica a todos que nunca debemos rendirnos y que nunca se nos agotarán las
oportunidades para ser libres y felices. Agnes, no temas por nada. Te prometo
que te ayudaré en todo lo que necesites. Creo que precisas de una mano que te
ayude a caminar por la vida. No estarás sola, te lo aseguro.
Agnes (emocionada): Gracias,
Artemisa.
Gaya: Y no quiero que sigas alejada
de nuestro aquelarre. Éste tenía sentido también gracias a ti y tu ausencia lo
apaga.
Agnes: Gracias, de verdad,
gracias a todos.
Artemisa: No lloremos más.
¡Celebremos el regreso de Gaya con un canto a la vida, al renacer, a la luz!
Todos conocían los versos que
Artemisa deseaba que cantasen y el baile que debían seguir para expresar la
felicidad que sentían. Se trataba de unos versos dedicados a los elementos, a
la vida, a la fuerza del renacer, a la Diosa.
Gaya (sonriendo con amor): Me conmueve
muchísimo que entonen precisamente esta canción. Qué bonitas suenan sus voces.
Gilbert: Artemisa tiene una voz
muy hermosa y poderosa.
Gaya: Agnes también canta muy
bien. Tendríamos que permitirle que cantase más veces.
Gilbert: Y Edurne también tiene
una voz muy dulce.
Gaya: Oírlas cantar es sentir la
vida.
Gilbert: Gracias por haber
regresado, por no habernos dejado solos.
Gaya (bromeando): No era mi
intención enfermarme. Yo también me alegro de estar aquí con vosotros.
Gilbert: Mi Gaya. No vuelvas a
darnos un susto tan estremecedor nunca más, por favor.
Gaya: Lo intentaré.
La vida parecía haber recuperado
el brillo que la horrible enfermedad de Gaya había estado a punto de
desvanecer. Agnes, Artemisa, Casandra, Edurne, Neftis y Penélope cantaban y
bailaban como si no hubiese un mañana, como si toda la felicidad de la Historia
se hubiese concentrado en aquel instante. A ninguna le quedaba en el alma ni el
menor rastro de aquella inmensa tristeza que tanto las había hundido. La
sanación de Gaya significaba para todas un renacer, una nueva oportunidad para
luchar por lo que anhelaban ser y por lo que ansiaban vivir, para no rendirse
nunca, aunque el otoño llenase de frío y de decadencia la naturaleza cuando ni
siquiera había llegado su equinoccio, pues incluso hasta en el paisaje más
melancólico y oscuro hay un rayo de esperanza y de vida cruzando las sombras.