miércoles, 27 de diciembre de 2017

NUESTRO NUEVO HOGAR: 01. CRUCE MÁGICO DE CAMINOS

Nuestro nuevo hogar: 01. Cruce mágico de caminos 

Todas las Navidades, Sus tenía por costumbre visitar a Sinéad y a Eros. Le gustaba compartir con ellos alguna de esas tardes invernales y tan entrañables. Aunque ya no viviesen en el mismo bloque de pisos, seguían manteniendo una amistad muy bonita. Sus era la que más íntimamente se relacionaba con ellos. Podían permanecer hablando durante horas sin que ninguno advirtiese el paso del tiempo. 
Por primera vez, Sus había llevado a su hija Suselle consigo para que conociese a sus amigos, de quienes le había hablado en muchas ocasiones, pero nunca se les había presentado la ocasión de conocerlos. Sus le había contado que eran una chica y un chico muy especiales a quienes ella quería mucho. A Suselle no le apetecía nada ir con su madre a visitar a sus amigos, pues prefería quedarse en casa jugando con los juguetes que le había traído Papanoel, pero no fue capaz de negarse. 

La tarde había transcurrido con sencillez y amenidad, como todas las que Sus vivía con Sinéad y Eros, pero Suselle se había aburrido mucho y, además, tenía muchas ganas de merendar, pero ni Sinéad ni Eros le habían ofrecido nada para comer y Sus tampoco se había acordado de que Sinéad y Eros casi nunca tenían comida en su casa.


Suselle: Mamá, me he aburrido mucho en casa de tus amigos.
Sus: Lamento mucho que te hayas aburrido, cariño; pero ¿verdad que Sinéad y Eros son muy simpáticos? 
Suselle: sí, sobre todo Sinéad es muy buena, pero creo que me miraban raro y, además, tengo mucha hambre. 
Sus: pues ahora te compraré un cruasán de chocolate en la panadería.
Suselle: Yo quiero galletitas, mamá.
Sus: Bueno, pues compraremos galletitas en alguna pastelería. 



Sus: Mira, Suselle, cariño, aquí en esta casa vivíamos hace unos años... 
Suselle: ¿Ah, sí? 
Sus: me gustaría tanto ver cómo la tienen decorada... Sinéad me ha contado que hace poco se mudó una pareja de chicas que parecen bastante amables. Aún así, me da mucha vergüenza pedirles que me enseñen su casa.
Suselle: A lo mejor te dejan verla, mamá. Mamá, me gustan esas flores.
Sus: Sí, me gusta que la gente tenga flores en la puerta de su casa. Eso me causa muy buena impresión. Ay, Suselle, no te imaginas cuántas cosas bonitas hemos vivido aquí... Fue una época maravillosa que nunca volverá. Era nuestra casita y la teníamos tan bien decorada... Qué buenos momentos, qué felices fuimos aquí.
Suselle: Yo me acuerdo un poco de cómo era.



La emoción había enternecido a Sus, quien en esos momentos tenía los ojos llorosos; pero, de repente, toda la magia de ese instante se esfumó en cuanto Sus vio acercarse a ellas a la señora Hermenegilda. 
Sus (susurrando horrorizada): ¡Oh, no! 
Suselle: ¿Qué pasa, mamá?
Sus: Lo último que deseaba era encontrarme con esa mujer. Habla por los codos, no se calla nunca y es muy entrometida. 
Suselle: ¿Adónde va con esa olla tan grande?
Sus: Se la llevará a algunos vecinos. Ella siempre está ofreciendo comida por ahí. A Sinéad y a Eros, todos los días, les trae una olla inmensa de cocido con un montón de carne. Qué asco.



Es imposible huir de la señora Hermenegilda. Una vez aparece en escena, nada ni nadie puede desvanecer su presencia, y Sus bien lo sabía.
Señora Hermenegilda: ¡Pero, hombre! ¿A quién tenemos aquí? Ay, ¡pero si es mi queridísima Sus con su preciosa niña! ¡Pero qué moza estás!
Suselle se sorprende al notar que la señora Hermenegilda desprende un intenso olor a muebles viejos y a cocido. La señora Hermenegilda, creyendo que ese gesto irradia todo el cariño del mundo, la saluda pellizcándole en la mejilla; algo que Suselle detesta con todas sus fuerzas. 
Señora Hermenegilda (dándole un sonoro beso a Suselle en la mejilla. Sin que nadie se dé cuenta, Suselle se limpia la mejilla con la manga de su abrigo): ¡Pero qué bonita estás, releches! Cómo crecen los niños últimamente, qué poco les cuesta ponerse grandes, ¿eh? Yo recuerdo que a los míos les costaba un mundo crecer, como si, en vez de comida, les diese aire, mira tú por dónde, que a mis hijos no les ha faltado nunca de nada, pero de nada, ni siquiera cuando los hijos que tuve con mi primer marido pasaron la infancia y parte de la adolescencia en ese colegio de curas. Ahí los alimentaban que daba gusto, oye, qué ollas de cocido, como ésta que traigo para las nuevas vecinas, mira. 





La señora Hermenegilda, con un orgullo enorme que no le cabe en el cuerpo, abre la olla de cocido y muestra su contenido con una sonrisa de oreja a oreja.
Señora Hermenegilda: Les he echado sobre todo verduras porque ya me advirtieron muchas veces de que no comen carne. Me rechazaron muchas ollas de potaje por eso. Mira que una de ellas es de la tierra de mi primer marido, donde se come una carne que les quita el aliento a los vivos o les devuelve el aire a los muertos. Vaya ternera, vaya cerdos que me matan en diciembre, vaya chorizos que hacen. Qué desgraciada es una por no poder vivir allí todavía con mi primer marido.
Sus intenta que las palabras de la señora Hermenegilda no le revuelvan el estómago.
Sus: Huele muy bien el cocido.
Suselle (susurrando para su madre): Pero a mí me apetece más comer galletas.
Señora Hermenegilda: Pero también vaya marisco que tienen por ahí. A mi primer marido le encantaban los percebes, pero yo, oye, que a eso yo no le encontraba el qué. Yo prefería el pulpo... Ay, pero qué grosera soy, que ni siquiera te he hablado de las nuevas vecinas. Yo te cuento. Mira, te cuento, te cuento, que no tiene pérdida: resulta que aquí, antes de que ellas llegasen, vivía un cerdo, sí, como oyes, un absoluto cerdo, un puerco de ésos que quieres que se mueran cuanto antes, trayendo putas todas las noches que estaban, él y sus amigotes, que se montaban unas fiestas que para qué quieres más, los Sanfermines en un piso de noventa metros, vaya usted a saber cómo se las apañaban, pero, oye, la tele a todo volumen hasta las tantas, veían el fútbol a gritos y las furcias que traían eran asquerosas, de verdad, qué maldito asco. Mira, tenían el piso que daba pena, mucha pena, tanta que casi lloro, mira tú, tú que lo tenías tan bonito arreglado, tan cuco, pues nada, ellos lo tenían hecho una pocilga, que, claro, ¿cómo iban a tenerlo si eran unos marranos rematados? Menos mal que aparecieron estas dos, que, oye, yo no es por meterme en donde no me llaman, pero creo que son más que amigas, pues siempre van juntas, de aquí para allá, y esas miradas que se echan, pues una sabe de esas cosas y lo intuye. Además, bueno, una no es sorda. El caso es que estas dos son muy majas. Un poco raras. La que es de la tierra de mi primer marido es más rarita. No habla mucho y cuando yo hablo sé que no me escucha, se evade, pero, bueno, ella sabrá, con la de cosas que podríamos compartir, que yo he vivido en su tierra muchos años, con mi primer marido.
Evidentemente, Sus no tenía ni idea de dónde era el primer marido de la señora Hermenegilda. Nunca se interesó por su vida y no iba a hacerlo en ese momento tampoco.
Sus: Perdone, señora, pero es que nosotras tenemos que irnos.
Señora Hermenegilda: De eso nada, monada, ahora mismo te las presento y así ves cómo tienen el piso, que lo tienen que da gusto verlo y a mi balcón me llega el olor de las flores que tienen, que vaya delicia. 




La señora Hermenegilda, en vez de llamar al timbre como cualquier persona civilizada, aporrea la puerta de la casa de Agnes y Artemisa, como en los viejos tiempos, cuando no existían los timbres.
Señora Hermenegilda: ¡Hola! Ay, a lo mejor no están, aunque yo creo que sí están porque las oí hablar esta tarde y creo que han recibido a otra chica, que es hermana de una de ellas, oye, muy maja la mujer también, muy elegante.





Era una tarde muy tranquila, con momentos llenos de serenidad, en la que Agnes, Artemisa y su hermana Casandra compartían confidencias, conversaciones interesantes y momentos de desahogo. Era una sencilla tarde de miércoles que, sin esperarlo, se convertiría en una tarde inolvidable.
Para Casandra, no había nada mejor que conversar con una amiga con una taza de té en la mano.
Casandra: ¿Es que tú crees que esto es normal? A la semana de conocernos me dijo que quería llevarme a casa de sus padres, a cenar en Nochebuena, como si llevásemos tres años juntos. Primero: él no me gustaba lo suficiente para compartir con él una fecha que tengo reservada a mis seres queridos y segundo: ni muerta conocería a su familia cuando ni siquiera puedo describirlo a él, así que, en cuanto llegamos a mi casa, salí del coche y, antes de cerrar la puerta, le dije que ya otro día mejor, que no me venía nada bien ir a su casa y menos esa noche, que ya había quedado con mi hermana y su pareja para cenar, que yo no iba a compartir esa noche con unos desconocidos para nada, para que él y yo cortemos el mes que viene y haya tenido que tragarme un compromiso tan horrible. 
Agnes: Dime, por favor, que no le dijiste todo eso.
Casandra: Bueno, no, pero lo de que no me iba bien sí se lo dije.
Agnes: Menos mal.
Casandra: Bueno, sinceramente no tengo muchas expectativas en esta relación, Agnes.
Agnes: Entonces, no pierdas el tiempo, Casandra.
Casandra: Pero es que él me atrae mucho, Agnes.
Agnes: Pero eso no lo es todo, y lo sabes.
Casandra: ya, bueno... Ay, qué bien huele lo que estás haciendo.
Agnes: Creo que no le queda mucho ya.
Casandra: A mí lo que me gustaría es tener una relación como la que tenéis mi hermana y tú. Es maravilloso lo bien que os lleváis, la complicidad que hay entre vosotras. Me dais una envidia...
Agnes: También nos costó mucho llegar hasta aquí; pero el esfuerzo mereció mucho la pena, la verdad.




Artemisa (pensando): Por supuesto que mereció la pena; aunque deseo tanto haberte ahorrado tanto sufrimiento... Ay, sí, qué bien huele. Qué hambre tengo. Qué ganas tengo de que llegue la hora de cenar. 
Artemisa había perdido la noción del tiempo leyendo, pero regresó a aquel momento en cuanto oyó las palabras que Agnes intercambiaba con Casandra.
Artemisa: Por cierto, Agnes, tienes que leerte La historia de Wensuland. ¡Es muy emocionante! TE gustaría mucho.
Agnes (riéndose): Sí, me lo dijiste muchas veces ya, cariño; pero tengo tantos libros pendientes...
Artemisa (riéndose también): La mayoría que tenemos en ese mueble, por lo menos.
Casandra: Yo es que no tengo tiempo ni para leer.



La atmósfera que las rodeaba era tan íntima, estaba tan llena de tanta complicidad.... pero aquella paz se quebró de pronto al oír las tres los fuertes golpes que la señora Hermenegilda daba en la puerta de su casa. Las tres se sobresaltaron profundamente.
Agnes: Pero ¿quién será ahora? 
Artemisa: No lo sé. No esperábamos a nadie.
Agnes: Por favor, abre tú, Artemisiña.




Artemisa: Sí, iré yo, no te preocupes. 




Artemisa (pensando): ¡No puede ser! Huy, pero ¿quién es esta chica?
Señora Hermenegilda: Buenas tardes... Hmm... Ay, no me acuerdo de tu nombre, chiquilla. ¿Hortensia? 
Artemisa: No, Hortensia no. Me llamo Artemisa.




Señora Hermenegilda: Ah, eso, que yo sabía que tenías nombre de planta. Mira, es que resulta que me he encontrado a esta chica tan guapa y simpática y he pensado: pues tendrían que conocerla las nuevas vecinas. Es que resulta que ella vivía aquí con su marido, que bien guapo es también, aunque creo que a ti eso no te importa mucho, pero una tiene todavía algunas preferencias, y sus hijos, que son más monos... El caso es que ella es su hija Suselle. Su otro hijo se llama Esmeraldo.
Sus: No, no, se llama Dante. 
Artemisa (reprimiéndose la risa): Ay, pues encantada de conocerte…
Sus: Me llamo Sus y ella es mi hija Suselle.
Artemisa: Encantada, Suselle. Eres muy guapa, como tu madre.



Señora Hermenegilda: Mira, os he hecho un cocido de los míos, pero sin carne, que sé que vosotras no coméis carne, y le he echado de lo mejorcito que ahora tienen en la tienda, oye, que una tiene muy buen ojo todavía.
Artemisa: Muchísimas gracias, señora. No tendría que haberse molestado. 
Señora Hermenegilda: No es ninguna molestia, chica, ya te lo digo yo que lo hago con mucho gusto.
Artemisa: No lo dudo. Por favor, pasad, no os quedéis ahí.




Señora Hermenegilda: Que yo sé que sois muy buenas cocineras, más la que es de la tierra de mi marido que tú, seguro, porque en esa tierra llevan el buen cocinar en la sangre, aunque tengo entendido que tú, Hortensia, haces unos dulces de rechupete.
Artemisa: Me llamo Artemisa, señora.
Casandra (pensando): Pero ¿quién es esa señora? Seguro que es la mujer de la que me hablaron, que es tan pesada. Sí, tiene toda la pinta de no callarse ni cuando está dormida; pero ¿y esa chica y esa niña? 
Señora Hermenegilda: Buenas tardes os dé Dios. ¿A que eso también se dice mucho en tu tierra...? Recórcholis, tampoco me acuerdo de tu nombre.
Agnes: Yo soy Agnes.
Señora Hermenegilda: Eso, Agnes, ese nombre es más fácil.




Señora Hermenegilda: Mira, os he traído un cocido de coliflor y verduras que está para caerse muerto. Con esto, ya tenéis para tres días, que trabajáis mucho y no tenéis tiempo ni para cocinar.
Agnes: Muchas gracias, señora Hermenegilda. Es usted muy amable, pero no había menester de que se preocupase por eso.
Señora Hermenegilda: Nada, nada, que los vecinos estamos para ayudarnos, ¿no?




Señora Hermenegilda: ¿y tú quién eres? Yo a ti no te he visto nunca.
Casandra: Me llamo Casandra y soy hermana de Artemisa. Sí, mi hermana se llama Artemisa, no Hortensia, señora.
Señora Hermenegilda: Ay, es que una ya tiene una edad, ¿sabes? Aunque tú todavía eres muy moza. ¿Cuántos años tienes?
Casandra: Huy, esa pregunta es muy indiscreta.
Señora Hermenegilda: Hombre, es indiscreta si te la hace un caballero, no otra mujer, que yo a los hombres con los que me conocí nunca les dije cuántos años tenía, que no, porque no, porque no se merecían saberlo, oye tú.
Casandra (riéndose): Está bien. Tengo 43 años. Soy la mayor de las tres.
Señora Hermenegilda: Quién los pillase, madre mía, cuánto ha llovido desde que yo tenía 43 años... Si parece que fue ayer cuando todavía vivía en el puerto de Barcelona con mi tercer marido. Con esa edad, me parece que estábamos a punto de mudarnos a Vilanova i la Geltrú. ¿Has estado en ese sitio? Es muy bonito, con la playa, es precioso.

Casandra: Sí, algunas veces fui a los Carnavales de Vilanova. Son muy famosos allí los Carnavales. Son maravillosos y siempre me lo pasé muy bien cuando fui.



Señora Hermenegilda (interrumpiendo sin consideración ni miramientos a Casandra): ¡Pero qué despiste el mío! Mirad, ellas son Sus y Suselle. Suselle es la hija de Sus, que tiene otro hijo que se llama Dante, como el del Infierno.
Suselle (pensando): ¿Qué infierno?
Artemisa (pensando): Huy, pero si conoce La divina comedia. Qué raro.
Señora Hermenegilda: Yo iba a traeros el cocido cuando de pronto me las encontré en la puerta de vuestra casa mirando con nostalgia y me dije: iba a venir hechamente aquí, no me cuesta nada que entren conmigo.
Sus: Es un placer conoceros. Espero no molestar. La señora Hermenegilda ha insistido mucho en que entre con ella, aunque sí me preguntaba cómo lo tendríais decorado. Hace tiempo, yo viví aquí algunos años y la verdad es que le tengo mucho cariño a este piso. 
Artemisa: Es comprensible, Sus.
Agnes: Sí, por supuesto, y no molestas, tú tranquila.



Sus (pensando): Qué cambiado está. La terraza parece enorme. ¿Dónde están las puertas? ¡Incluso creo que han tirado paredes! Pero les ha quedado muy bonito, la verdad, y la energía que hay aquí me gusta, me serena, es también muy hermosa. Además, ellas me transmiten vibraciones muy buenas.




Sus (pensando): Madre mía, cuántos momentos vivimos en este rinconcito, viendo la tele con Diamante, con Suselle y Dante tan pequeñitos... Parece mentira que la vida pueda cambiar tanto de un año para otro... 
Sus se emociona rememorando esos momentos que para ella eran la muestra más evidente de que la felicidad plena existía. En aquel entonces, no necesitaba nada más para ser feliz. Lo tenía todo: un piso acogedor y una familia maravillosa. Todavía seguía siendo muy feliz, pero creía que nunca podría sentirse tan protegida y arropada como se sentía en aquel hogar. 
Sus (pensando cada vez más nostálgica): Y cómo se acomodaba aquí Pandy... Era su rincón preferido, aquí, junto al sofá, y el tiempo no importaba, las horas pasaban sin que nos diésemos cuenta... Y luego, cuando venían a merendar nuestros amigos... Creo que nunca volveremos a estar tan unidos como lo estábamos entonces. Esas tardes en las que merendábamos churros con chocolate, todos juntos, rodeados de tanta complicidad... Éramos tan felices en esos momentos y nos sentíamos tan plenos... Qué sencillo era ser feliz. Y ahora, aunque todavía nos hablemos, yo noto que estamos lejos, que ya nada es igual; aunque nunca dejaremos de querernos, es evidente, pero...
Suselle, que es tan sensible y observadora como su madre, se percata de que Sus está a punto de ponerse a llorar.
Suselle (con mucha ternura): ¿Te pasa algo, mamá?
Sus (sonriéndole con mucho amor): No, cielo. Estoy bien. Sólo que me emociona estar aquí. Pensé que nunca más volvería a entrar en este piso.
Suselle: Pues ya ves que no, mamá.




Artemisa: Sus, si quieres, yo te enseño el piso sin problemas. También me hace ilusión enseñártelo. Nos ha costado muchísimo remodelarlo y decorarlo como deseábamos. Tuvimos que hacer muchos cambios para que quedase bien.
Sus: Sí, se nota. ¡Vaya cambio! Aquí había una puerta grande que separaba el comedor del pasillo, pero ahora se ve todo mucho más amplio y acogedor, la verdad. Sin puertas, queda todo mucho mejor. 
Artemisa: Sí, nos costó mucho decidir la distribución del piso y además nos dijeron que había paredes que no deberían haberse construido, por cuestiones de la pared maestra y cosas así de las que no entiendo nada. 
Sus (riéndose con Artemisa): Yo tampoco entiendo nada de eso. Por cierto, los muebles son preciosos.
Artemisa: Sí, A Agnes y a mí nos gustan mucho los muebles más bien antiguos y mi hermana es amiga de un chico que tiene una tienda de muebles de segunda mano. Nos lo dejaron a muy buen precio. Es que no te imaginas cómo estaba este piso cuando vinimos a visitarlo. 
Sus: Tengo entendido que el propietario es un poco descuidado.
Artemisa: Por no decir otra cosa.
Sus: ¡Huy, cuántos libros! Se nota que os gusta mucho leer. A mí también me encanta leer, sobre todo novelas románticas y de aventuras.
Artemisa (riéndose): Sí, nos gusta mucho leer a las dos y además siempre estamos estudiando. Además, Agnes es muy buena escritora, aunque no se decide a enviar sus novelas a alguna editorial. 
Sus: Qué bien que escriba. A mí también me gustaría escribir.
Artemisa: Sólo es cuestión de intentarlo. Mira, ven, te enseñaré la terraza. Es lo más bonito del piso.



La terraza de Agnes y Artemisa es un pequeño paraíso en el que huele intensamente a flores; un aroma que relaja a Sus al instante. A sus también le gustan mucho las flores.
Sus (sorprendida y emocionada): ¡Pero qué maravilla! ¡Qué bonito! ¡Qué maravilla de terraza! Antes solamente teníamos un pequeño balcón, ¡pero lo habéis convertido en un jardín precioso! Ay, cuánto añoraba estas vistas tan espectaculares, Artemisa. Siempre adoré asomarme al balcón y ver la ciudad y el bosque allí a lo lejos. 
Artemisa: sí, son unas vistas preciosas. Creo que fue lo que más nos convenció del piso, que estuviese cerca del bosque. Nosotras no podemos vivir lejos de la naturaleza. 
Sus: Yo tampoco. Y huele tan bien... El viento trae el aroma del bosque.




Sus: ¡Pero cuántas flores y qué bonitas son!
Artemisa: Sí, es que las dos amamos la naturaleza y nos gustan mucho las flores. Nos dan mucha vida. Estas flores son de una floristería preciosa que hay aquí cerca.
Sus: ¡ya sé cuál dices! La Floristería Arcadia.
Artemisa: Sí, la dueña de la floristería es amiga de mi hermana. En cuanto supo que nos veníamos a vivir aquí, nos regaló muchísimas macetas. Es muy amable; pero la mayoría las escogimos nosotras.
Sus: Pues tenéis muy buena mano para las flores. Me gustan mucho. Yo también tengo algunas en casa.
Artemisa: Sí, además también cultivamos algunas especias y plantas medicinales.




Mientras Sus y Artemisa conversaban tan tranquila y amenamente, la señora Hermenegilda no dejaba de hablar allí en la cocina. 
Señora Hermenegilda (a Agnes): Yo sé que tú tienes muy buena mano para la cocina, pero, oye, que una tiene curiosidad. A ver qué cocinas y cómo está quedándote.
La señora Hermenegilda, sin el menor ápice de respeto, destapa la olla de Agnes, quien, sin motivo ninguno, empieza a sentirse cada vez más nerviosa.
Señora Hermenegilda: Pero ¿esto qué es? ¿Qué legumbres son éstas? Pinta de lentejas tienen un poco, pero qué raras.
Agnes (con dulzura y educación): No son lentejas. Son semillas de soja.
Señora Hermenegilda: la soja la comen los chinos.
Agnes: Son muy saludables. Tienen muchas proteínas.
Señora Hermenegilda: Pero ¿les pones algo más? No sé, digo yo, algo más consistente, porque pinta de llenar esto mucho no tiene.
Agnes: Pues ya lo ve, señora, les pongo patatas, cebolla, tomate, ajo, zanahoria...
Señora Hermenegilda: Pues no sé yo si esto es comestible.
Casandra (a Suselle): Pero ¡qué pesada es esta mujer! Es más pesada que los del informativo de deportes con el fútbol, que se tiran mil años dando noticias de ese deporte tan absurdo. ¡Es insoportable!
Suselle ríe intentando que nadie oiga sus carcajadas.
Casandra: ¿A que tengo razón?
Suselle (riéndose): ¡Sí, sí!
Casandra: ¡No, mejor! Es más pesada que vender leche con la vaca en el hombro.

Suselle (estallando en carcajadas): ¡Sí!
 Casandra: Ay, niña, creo que esto va para largo. Anda, ve y siéntate en el sillón, que no quiero que te canses.


Suselle obedece a Casandra. En cuanto la ve allí sentada, sola, Agnes va hacia ella, sin dudar de que la niña estará realmente aburrida.
Agnes: Suselle te llamabas, ¿verdad?
Suselle: Sí.
Agnes: Yo soy Agnes. ¿Te apetecen unas galletiñas? Éstas están muy deliciosas. Son de chocolate.
Suselle: ¡Sí! ¡Tengo mucha hambre!



Agnes: Aquí las tienes. ¿Quieres chocolate con leche? No sé si te gustará la leche de soja.
Suselle: ¡Sí, me encanta! Mi mamá también toma leche de soja.
Agnes (sonriéndole con cariño): Pues ahora mismo te lo preparo.




Suselle de repente siente que no quiere irse de esa casa. Estaba muy aburrida antes de empezar a merendar, pero en esos momentos se cree la niña más feliz del mundo. Las galletas que Agnes le ha ofrecido están buenísimas y la leche con chocolate, tan calentita, le hace sentir acogida.
Suselle: Muchas gracias, Agnes. No había merendado nada. 
Agnes: Pobriña... Pues estas galletas son para ti todas. Si quieres más leche con chocolate, sólo has de decírmelo, ¿vale?
Suselle: ¡Vale! ¡Muchas gracias!
Mientras tanto, la señora Hermenegilda sigue hablando sobre el cocido de Agnes.
Señora Hermenegilda: Mira, de toda la vida nos hemos alimentado con lo que había, con garbanzos, lentejas, guisantes, no con estas pijadas que vete a saber de dónde las sacan. Oye, que oler huele bien.
Casandra: Ya le aseguro yo, señora, que Agnes es muy buena cocinera. Y hace unas empanadas que no puedo describir.

Casandra: Pues a ver si se luce un poco y me trae alguna algún día, ¿no?



Sus se preguntaba qué estaría haciendo su hija. Se había despistado hablando con Artemisa y temía que Suselle estuviese aburriéndose mucho; pero, en cuanto la vio merendando en aquella cocina tan acogedora, junto a Agnes, sintió un gran alivio y una bonita felicidad palpitándole en el alma. 
Suselle (entusiasmada): ¡Mira, mamá, me ha dado galletas y leche con chocolate!
Sus: Ay, ¡qué rico todo! ¿Ya le has dado las gracias?
Suselle: Sí, pero no me importa dárselas otra vez. Muchas gracias, Agnes. Está todo muy rico y estaba muerta de hambre. Es que hemos ido a ver a unos vecinos que no me han ofrecido nada para comer.
Agnes: No es nada, bonitiña. Tú pide lo que quieras.
Suselle: ¡Gracias!

Artemisa: Ven, sus, que te enseñaré el baño y el dormitorio. También nos han quedado muy bonitos.




Artemisa: En el cuarto de baño también tuvimos que hacer algunas reformas. Las tuberías estaban hechas una pena y tuvimos que ponerlas todas y también tuvimos que cambiar todos los muebles porque estaban inflados por la humedad.
Sus (riéndose): Vaya, qué mal.
Artemisa: Pero no me arrepiento nada de todo el esfuerzo que tuvimos que hacer. Ha quedado muy bonito.
Sus: Desde luego que sí. La distribución del piso ha cambiado mucho. Casi está irreconocible.
Artemisa: Espero que eso no te entristezca.
Sus: No, para nada. Le habéis dado mucha vida y lo habéis dejado precioso, la verdad.
Artemisa: Muchas gracias. Me alegro mucho de que te guste.
Sus: No me habría gustado nada ver cómo lo tenía el dueño.

Artemisa: Era una pena.




Artemisa: Mira, éste es el cuarto de baño. Quizá te parezca un poco antiguo.
Sus: ¡No, para nada! ¡Me gusta mucho! A mí también me gustan mucho los muebles antiguos. 
Artemisa: Me parecen más entrañables y duran más. 
Sus: ¡Eso es cierto! ¡Qué bonito lo tenéis! ¡Es muy cuco! Me encanta el espejo y el color de los muebles. Es un verde precioso.

Artemisa: Sí, es un color que nos transmite mucha serenidad. Ven, ahora te enseñaré el dormitorio. Creo que también te gustará mucho.




Sus: ¡Oh, pero qué bonito! ¡No me lo esperaba así! También es muy diferente del que yo tenía. Mira, aquí teníamos la cuna de los niños. Ay, cuántos recuerdos sigue transmitiéndome, a pesar de que esté tan distinto.
Sin poder evitarlo, Sus empieza a recordar la mayor parte de los momentos que vivió en aquel rincón junto a Diamante, a quien empieza a extrañar con todas sus fuerzas. Ansía abrazarlo, pero se acuerda de que en esos instantes está disfrutando de un partido de fútbol junto a Dante. Ruega que esté en casa cuando ella llegue. Tiene muchas ganas de contarle todo lo que está viviendo esa tarde.

Sus no puede evitar que el recuerdo de todos esos momentos bonitos que vivió junto a Diamante en ese dormitorio le llenen nuevamente los ojos de lágrimas. Rememora todos los detalles de aquel lugar y le parece que los momentos que evoca no pertenecen a su vida, sino a otra muy lejana en el tiempo y en el espacio; pero siente que todavía hay mucho de ellos en ese lugar. Lo nota en la atmósfera que lo llena todo, en el olor de las paredes, en el color de la luz de la tarde, la que se adentra suavemente por la ventana, creando un instante único.




Artemisa se percata de que a Sus se le han humedecido los ojos, pero no se atreve a preguntarle nada. Respeta el momento de intimidad que ella está viviendo con sus recuerdos y espera a que sea ella quien hable.
Sus: De verdad que me gusta mucho, Artemisa.
Artemisa: Me alegro de que te guste. 
Sus (retirándose una lágrima que le resbala traicioneramente por la mejilla): Ay, perdóname, no te imaginas cuántos momentos felices he vivido en este dormitorio, en este piso. Recuerdo tantos momentos hermosos... Siempre sentiré mucho cariño por este lugar.
Artemisa (sonriéndole cariñosamente): Te entiendo, no te preocupes. 
Sus: Espero que vosotras también seáis muy felices aquí. 
Artemisa (con timidez): Vaya, muchas gracias.
Sus: La señora Hermenegilda me dijo que vosotras...
Artemisa: Sí. Espero que no te importe. Es que...
Sus: ¿Importarme? Pero ¿por qué iba a importarme?
Artemisa: No sé. Todavía hay gente que no entiende ciertas cosas.
Sus: El amor es lo más importante del mundo. No entiendo por qué hay gente a la que le cuesta comprender que lo que más importa es que la gente se quiera, y punto.

Artemisa: Estoy de acuerdo contigo.




Agnes: ¿Quieres más leche con chocolate, Suselle?
Suselle: No, gracias, ya estoy llena. Ay, me gusta mucho tu pelo. ¿Eres modelo? Es que eres muy guapa.
Agnes (riendo tímida): Ay, muchas gracias. No, nunca se me ocurriría ser modelo. Qué vergüenza.
Suselle ríe al oír el comentario de Agnes.
Suselle: Pues eres muy guapa. Podrías serlo.
Agnes: Gracias. Tú también eres una niña muy bonita y se nota que eres muy buena y mágica.
Suselle: Pues tú me caes mejor que los otros amigos de mi mamá. Hemos ido a verlos, viven arriba, y, aunque son muy guapos también, no sé si me gustan mucho. Me dan un poco de miedo.
Agnes (riéndose): Vaya, ¿y eso por qué?
Suselle: Pues porque son raros. No salen por el día y sólo viven por la noche. Además nunca tienen comida en su casa.
Agnes se queda muy pensativa al oír las palabras de Suselle. Sin poder evitarlo, empieza a sentir una curiosidad inmensa por esos vecinos de los que le habla la niña.
Suselle: Ay, ¿puedo comer más galletas?

Agnes: Por supuesto que sí, pero tampoco te empaches, no vaya a ser que después no tengas ganas de cenar.




Suselle (con la boca llena): Ya, mi mamá se enfada cuando no ceno, pero es que prefiero comer galletas. Agnes, algún día te podrías venir a mi casa, así te enseño mi cuarto y todos los libros que tengo. Aunque es mi cuarto, lo comparto con mi hermano, pero ya les he pedido a mis padres que quiero dormir sola. Mi hermano es muy pesado. Siempre está chinchándome y me molesta cuando estudio. 
Agnes (sonriéndole con cariño): Vaya, pero seguro que te quiere mucho.

Suselle: Sí, y yo a él, pero es muy pesado igualmente.




Casandra: Agnes, dice la señora Hermenegilda que a ver cuándo le llevas alguna empanada de las tuyas.
Señora Hermenegilda: Sí, claro, porque, oye, una tiene muy buenos recuerdos de cuando me casé con mi primer marido.
Casandra (susurrándole a Agnes): Agnes, por favor, quítamela de encima.
Señora Hermenegilda: Oye, que te he dicho eso de la soja, pero que a mí también me gustaría probar este cocido que haces a ver a qué sabe.
Casandra: Sí, Agnes, podrías darle una fiambrera y que se llevase ya a su casa algo de cena, ¿no? Lo digo para que se la lleve ya caliente y se la coma ya.




Agnes: Sí, claro, se puede llevar lo que quiera.
Casandra (murmurando): ¡Será posible! Pero ¿cómo es posible que hable tanto? ¿Por qué no se va? ¡Maldita pesada!




Señora Hermenegilda: Porque yo le dije a mi primer marido que su madre cocinaba muy bien, pero la pobrecita apenas tuvo tiempo de enseñarme a cocinar, ya que yo más bien tenía que ocuparme de tejer para las vecinas de la aldea en la que vivía y la aldea vecina, que también hacía con ellas las redes de los marineros. Mañana, si queréis, podéis venir a mi casa, que he preparado una merienda con mis amigas, que tengo unas amigas de toda la vida, casi, la señora “Ay, Fernanda”, que la llamo así, y luego la señora Vicenta y la señora Herminia, que son todas muy buenas, oye, gente de fiar, buena gente.
Casandra (susurrándole a Agnes): Agnes, ¡tendríais que haberme avisado de que era tan pesada! 
Agnes (susurrando también): No me esperaba para nada que viniese, lo siento mucho. Habla más que respira.
Señora Hermenegilda: Oye, que a la niña la has mimado muy bien. Qué pena que nunca vayas a tener hijos, Agnes. Yo creo que serías muy buena madre.
Agnes: Yo creo que no, pero bueno.

Señora Hermenegilda: Venga, que creo que ya están en el salón tu mamá, niña, y tu chica, que vaya charlatanas están hechas ésas también. Luego dicen de mí. Venga, a ver si una servidora puede merendar también.



Aunque todas (incluida Suselle) deseasen que la señora Hermenegilda se marchase a su casa cuanto antes, lo cierto era que todas se sentían muy a gusto en esos momentos, merendando en el salón, justo en esas horas de la tarde en la que la luz del día comienza a convertirse en noche y todo parece más acogedor desde un hogar cálido, lleno de serenidad.
Artemisa: Estas rosquillas las hizo Agnes ayer y le quedaron buenísimas. 
Señora Hermenegilda: Si es que ya te digo yo que los dulces son lo mejor que hay, que, oye, una se cuida, pero a veces es que todo el cuerpo te pide comer chocolate. Pues sí que están buenas, sí. ¡Parecen de pastelería!
Agnes: Muchas gracias. Podéis coger la infusión que más os apetezca. Hay agua caliente en la tetera todavía.
Casandra: Yo me tomaría otra taza de té, que está buenísimo éste que tenéis. Cómo se nota que os lo traigo yo de mi herbolario.
Señora Hermenegilda: Ah, pero ¿es que eres boticaria?
Casandra: Sí, tengo un herbolario y soy fitoterapeuta. 
Señora Hermenegilda: ¿fitopretuta? ¿Cómo?
Artemisa: Quiere decir que se dedica a la medicina natural, con hierbas. Yo también sé mucho de hierbas, pero no tengo ningún título como ella.
Señora Hermenegilda: Ah, pues eso está muy bien. Ya me pasaré algún día por tu herbolario.
Sus: Pues me gusta mucho cómo tenéis el piso. Es muy acogedor.
Señora Hermenegilda: Ni qué ver tiene con cómo estaba antes. Yo os prefiero a vosotras mil veces antes que a los cerdos ésos, que vaya tela también lo que nos tocó con esa gente, lo contrario de la lotería nos tocó.
Todas ríen con el comentario de la señora Hermenegilda.
Agnes: Era una pena cómo lo tenían todo.
Señora Hermenegilda: Mira, que yo soy muy creyente, claro, creo en Dios y en Jesús y a la Iglesia le doy un poco de mis bienes siempre, siempre que pude se lo di, pero vosotras me encantáis, aunque seáis lo que seáis. Sois muy buena gente y menos mal que habéis venido aquí. Se nota que sois personas de fiar y eso de que no os comáis a los animales... A ver, a una le gusta mucho la carne y no podría quitársela, pero apruebo muy bien que vosotras lo hagáis, lo veo muy bien, la verdad.
Sus: Yo también soy vegetariana. Me hace ilusión conocer a más personas que siguen mi misma dieta.

Artemisa: A nosotras también nos hace ilusión conocer a gente que también ame así la naturaleza, como tú.




Sus: Sí, yo siempre intenté defender a los animales y los bosques de la maldad de los humanos. Precisamente ahora estoy en una asociación que está intentando evitar que recalifiquen el bosque en el que vive mi padre. Están amenazando con quemarlo todo y edificar allí, en donde ahora hay tanta vida, tantos árboles...
Agnes: No, no, eso no, por favor.
Sus: Es horrible. Mi padre vive en una casita en medio del bosque y está luchando contra esa gente a la que solamente le importa el dinero. Está visto que la naturaleza no les importa nada. Con tal de conseguir sus objetivos, incendian bosques, queman hectáreas y hectáreas de naturaleza, y yo eso no puedo soportarlo.
Artemisa se percata de que Agnes está cada vez más pálida y tiene los ojos llorosos. Teme que las palabras de Sus la desestabilicen. Sabe que lo que Sus les cuenta le recuerda a lo que ocurrió en su tierra hace apenas dos meses.
Artemisa: Nos gustaría ayudarte, ¿verdad, Agnes? ¿Crees que podríamos hacer algo por ellos?
Agnes (conmovida y triste): Sí. Por favor, dinos qué podemos hacer, cómo podemos ayudaros. Hemos de evitar que consigan lo que se propusieron.
Sus: Ya os llamaré para informaros de lo que podemos hacer. Ahora no quiero embellecer una velada tan bonita con cosas tan tristes. Te has puesto muy pálida, Agnes. ¿Estás bien?
Agnes: Sí... Es que este tema me afecta mucho.
Señora Hermenegilda: Y eso que ya es pálida de por sí, aunque no tanto como la Pálida Millonaria.
Artemisa: ¿Quién es la Pálida Millonaria?
Señora Hermenegilda: Son los raros de arriba.
Sus: Mis amigos. Es que son muy pálidos y, como Sinéad viste muy bien siempre, con vestidos muy elegantes, la señora Hermenegilda se piensa que son millonarios.
Señora Hermenegilda: Es que lo son. ¿O no has visto el coche descapotable que tiene el chaval? Que, por cierto, está para comérselo sin pan.





Casandra: Eso no quiere decir nada, señora. A mí también me gustaría mucho ayudaros, Sus. Ya sabes que puedes contar con nosotras para todo lo que necesites. 
Sus: Muchas gracias, chicas.



Artemisa: Creo que conocernos ha sido una bendición, algo muy mágico que no me esperaba para nada que ocurriese.
Sus: Yo también lo pienso.
Y aquella tarde, que había empezado tan súbitamente, se convirtió en una tarde muy mágica para todas. Sus sintió que en esos momentos se iniciaba entre ella, Agnes y Artemisa una preciosa amistad que se esforzaría por mantener.
Sus: Por cierto, Artemisa, antes de que se me olvide... A mí me parece que te vi en alguna parte. Yo creo que te conozco.
Artemisa: ¿Ah, sí? Ay, pues a lo mejor nos cruzamos en alguna parte.
Agnes: O en otra vida.
Sus: ¿También crees en otras vidas, Agnes?

Señora Hermenegilda: Para no creer viniendo de donde viene.




Artemisa: Yo también creo en que tenemos muchas vidas a lo largo de la Historia. 
Agnes: Pero es un tema un tanto complicado de entender. 
Artemisa: Sí, pero yo sé con toda certeza que Agnes y yo nos conocimos en otra vida y que nos reencontramos muchas veces a lo largo de nuestras existencias pasadas.

Sus: Qué bonito.





Señora Hermenegilda: Pues mira, chicas, yo no sé si hay otras vidas, pero lo que se dice esta vida yo la he vivido y la vivo con todo mi ser, así de claro, y, si Jesús o Dios o quien sea quiere darme más vidas, pues bienvenidas sean, que yo creo que tengo mucho por contar todavía y no me basta una vida para decir todo lo que quiero decir.



Casandra: Ni una ni todas las vidas de la Historia le bastarían a usted, señora, para contar todo lo que lleva por dentro.
Todas ríen, especialmente la señora Hermenegilda.
Sus: Ay, pues creo que ya se nos hizo tarde. No queremos seguir abusando de vuestra confianza.
Artemisa: No te preocupes, Sus. Puedes estar aquí el tiempo que necesites y quieras.

Sus: Gracias, pero de verdad que tenemos que irnos. 




Sus: Muchas gracias por todo, por vuestra hospitalidad. Sois muy amables las dos.
Agnes: Suselle, no te olvides las galletiñas. Son para ti.
Suselle: ¡Muchas gracias! Estaban buenísimas. ¿Vendrás a verme a mi casa algún día?

Agnes: ¡Por supuesto que sí! Cuando quieras, Suselle.




Sus: Ha sido un placer conoceros, de verdad. 
Suselle: Sí, volveremos pronto si queréis.
Artemisa: ¡Claro que sí! ¡Cuando queráis, podéis volver!
Sus: ¡Hasta pronto!

Suselle: ¡Adiós!



Suselle: Mami, ellas me caen mejor. Son muy buenas las dos y Agnes me encanta, es muy guapa.
Sus: Sí, son muy simpáticas. Es muy bonito conocer a gente tan buena, pero me sabe mal que te hayas llevado esa impresión de Sinéad y de Eros. Ellos también son muy buenos.
Suselle: Sí, son buenos, pero ellos no me han dado de merendar y casi no me hacían caso. Ni siquiera me miraban.
Sus: También son muy tímidos y les cuesta relacionarse con los niños.
Suselle: Agnes también es muy tímida y a mí me hablaba con mucho cariño. Es muy dulce.

Sus: Sí, eso es verdad.




Señora Hermenegilda: Mira que es buena chica, pero el marido, que está más bueno que un señor salvavidas de ésos, pues no sé qué deciros, muy buena impresión no me da. Yo creo que tiene amantes, pero también se nota que la quiere mucho. Oye, espero que vosotras no tengáis amantes.
Artemisa: ¡Claro que no!
Señora Hermenegilda (a Casandra): ¡Y tú cuídate a ver qué tipo de hombres se te acercan! Yo sé que hay mucho buitre por ahí suelto que quiere conseguir una mujer como tú, pero ¡tú dura siempre!
Casandra: Sí, claro... Huy.





Casandra se adentra rápidamente en la casa de Artemisa y Agnes. De pronto, las llama con mucha urgencia.
Casandra: ¡Artemisa, creo que te llaman por teléfono! A ver si va a ser importante.

Artemisa: ¡Huy, sí, voy! Lo siento, señora Hermenegilda, tenemos que irnos ya. 




Agnes: Sí. Le haré alguna empanada y se la llevaré, ¿de acuerdo?
Señora Hermenegilda: sí, por favor, Venga, que tendréis prisa.

Agnes: Por supuesto que sí, se la llevaré enseguida. Buenas noches, señora.




Agnes (pensando): Nin con auga quente vaise esta muller, pola Deusa.




Al fin, el día se hizo noche. En aquel hogar tan acogedor, sólo había paz y silencio. Las horas habían transcurrido casi sin que ni Casandra, ni Agnes ni Artemisa lo advirtiesen.
Artemisa: Vaya día tan intenso. Espero que no te agobie que mi hermana se quede a dormir esta noche aquí. 
Agnes: Claro que no, Artemisiña. Era demasiado tarde para que se fuese ahora en coche hasta su casa.
Artemisa: Gracias, Agnes.
Agnes: No tienes por qué dármelas. Ya sabes que con tu hermana me gusta mucho estar, cielo. Ay, menos mal que tenemos vacaciones y que mañana no hay que madrugar. Estoy muy cansada.





Artemisa: Yo también estoy muy cansada, pero fue hoy un día muy bonito.




Agnes: Sí, fue un día muy mágico, es verdad.
Artemisa (dejando de leer): Sí, sí lo fue. No me esperaba para nada que conoceríamos a una chica tan maja. Yo creo que tiene muchas cosas en común con nosotras.
Agnes: Sí, aunque creo que se parece más a ti.
Artemisa: ¿Y tú cómo te atreves a hacerme esto, Agnes?
Agnes (vergonzosa): ¿Qué ocurre?
Artemisa: ¿Que qué ocurre?





Artemisa: (riéndose traviesa) ¡Ocurre que tú no puedes presentarte así ante mí como si nada!
Agnes (riéndose sorprendida y feliz): ¡Artemisiiiña! Ay, ¡que tu hermana está durmiendo ahí en el salón!
Artemisa (aún riéndose): ¿De veras eso te supone un inconveniente tan importante?
Agnes: La verdad es que no.
Artemisa: Mi hermana tiene un sueño muy profundo.
Agnes: Y, si no fuese así... tampoco importaría.





Artemisa: Cualquier día es hermoso para mí si lo termino contigo entre mis brazos, Agnes.
Agnes: Para mí también, miña vida. Te quiero, Artemisa, te quiero muchísimo, con toda mi alma.
Artemisa: Y yo a ti. Soy tan feliz contigo... Me haces tan feliz...
Agnes: Te haré feliz siempre, siempre.