jueves, 21 de mayo de 2015

WICCANOS Y PRINCESAS GUERRERAS




Gaya es la suma sacerdotisa de El fuego de Hécate. Ha fundado varios aquelarres a lo largo de su vida, pero siempre se deshacían por la influencia externa de los habitantes de las ciudades. Desde que era pequeña, sintió una conexión muy potente con la naturaleza y todos los elementos que la componen. Su familia era católica, pero ella nunca pudo creer en lo que su familia tanto defendía, por lo que, en secreto, empezó a investigar acerca de otras creencias hasta encontrar la que verdaderamente concordaba con su forma de ser y de pensar. Nació y vivió hasta los treinta años en un pueblo muy pequeño rodeado por bosques espesos y altas montañas. Los entornos de su hogar condicionaron profundamente su modo de interpretar la vida. Siempre supo que había llegado al mundo para cumplir una misión muy importante: desvelar el poder de la naturaleza y de todas esas fuerzas que la controlan. Siempre supo que creer en un ser divino no tenía por qué suponer un castigo ni un constante control. Es una mujer afable, paciente y muy sabia. Ha adquirido sus conocimientos tras largos años de estudio y realmente nunca dejará de aprender cosas nuevas. No le gusta la tecnología y no está de acuerdo con la manera en que está avanzando la sociedad, por eso prefiere vivir apartada de las ciudades, en hogares escondidos en el bosque o en pueblos casi olvidados. Tras de sí se esconde un pasado muy interesante y misterioso. Siempre tuvo que luchar para defender sus creencias y para convencer a las gentes de que ella no era ninguna bruja. 
 Fue hippie en los años setenta, entre otras experiencias, y, en su juventud, vivió largo tiempo en comunas donde podía sentirse verdaderamente libre. Por sus creencias y su forma de comportarse, las relaciones con su familia se rompieron hace muchísimos años. Nunca se ha casado. Ha consagrado su vida a la Diosa porque afirma que es el único ser que nunca la ha abandonado y no la abandonará jamás.

 Gilbert es el sumo sacerdote de el aquelarre El fuego de Hécate. Es un hombre muy reflexivo, sabio y algo ermitaño. Adora los bosques y sabe muchísimo acerca de aves, leyendas y creencias ancestrales. Afirma que ha vivido varias existencias tras morir y que se halla en el mundo por décima vez. También asegura recordar todas las vidas que ha tenido a lo largo de la Historia, pero, sin embargo, solamente habla de ello a quienes tienen un profundo conocimiento acerca de las fuerzas antiguas, las que él dice sentir en su interior o cuando se encuentra paseando por el bosque o cerca del mar. Conoció a Gaya en una comuna hippie donde habitaron y juntos decidieron crear el primer aquelarre de su vida; pero éste se disolvió por culpa de las personas que pensaban que solamente intentaban hacer el mal a los que se acercaban a ellos. 

Adora la magia y los trucos ilusionistas, pero sobre todo pasa su tiempo leyendo libros y pergaminos antiquísimos en busca de olvidadas leyendas y creencias. Tiene algunas frases muy recurrentes como, por ejemplo: “el dios de cada uno se encuentra en su corazón”, o: “no existe un solo dios y una sola diosa, pues cada cual tiene los dioses que necesita; solamente el respeto es uno, y es el dios de la convivencia”. Con Gaya mantiene una relación fraternal desde que la conoció. Siempre ha sentido por ella el afán de protegerla y Gaya siempre ha encontrado en él un maestro que la ha enseñado a vivir. Es paciente como la misma naturaleza y siempre está dispuesto a adoctrinar sobre los valores de la vida a todos aquéllos que se acerquen a él. Es bondadoso y empático y nunca juzga a las personas, pues cree que todos somos dueños de nuestros actos y tenemos que aprender nosotros basándonos en las consecuencias de nuestros actos.
  Agnes, junto con Gaya y Gilbert, creó el aquelarre El fuego de Hécate. Es sacerdotisa desde hace más de un año y ambiciona convertirse en suma sacerdotisa cuando Gaya se retire. Decidió entregarle su vida a la Diosa para poder centrarse mejor en sus intereses. Siente un amor inmenso por la noche y por todos los seres que la pueblan, ya pertenezcan a este mundo o al que queda más allá de la vida. Es reservada y desconfiada. Desde que era pequeña, percibió cosas que los demás no captaban, pero nadie la creyó jamás cuando contaba su secreto. La mandaban a psicólogos que la tachaban de esquizofrénica. Los psiquiatras la obligaban a tomar pastillas que ella nunca ingirió. Su pasado es oscuro y difícil. Siente un rencor infinito por los humanos y solamente aprecia (con reservas) a los miembros de su aquelarre. Vive en una casa muy pequeña en medio del bosque y apenas se acerca a la ciudad. Cree que la naturaleza le proporciona todo lo necesario para vivir. Es arisca con las personas que no le suscitan confianza, pero es cariñosa con sus (pocos) seres queridos y está dispuesta a ayudarlos en todo lo que necesiten. Sin embargo, no soporta a Artemisa, a pesar de que ambas se asemejan mucho en su forma de pensar, y no tiene reparos en demostrárselo cada vez que la mira. Gaya la aprecia mucho, pero a veces se siente levemente incómoda a su lado.
 Agnes tiene una conexión muy fuerte con los espíritus del Más allá y con fuerzas que nadie conoce. Además, adora las serpientes, las arañas y los murciélagos. Siempre ha defendido con uñas y dientes a los animales y adora las tormentas, cuanto más violentas mejor. Utiliza el fuego para comunicarse con la Diosa y, además, domina lenguas antiguas de las que casi nadie se acuerda. Dice haberlas aprendido gracias a los espíritus que se han comunicado con ella a lo largo de su vida. Agnes jamás permitirá que nadie la conozca plenamente, pues afirma que los seres humanos no saben guardar secretos, y tanto su pasado como su presente están llenos de misterios que ella jamás revelará a nadie.
 Dunia adora el mar, las flores y las montañas. Le encanta hacer escalada, aunque también disfruta dando paseos tranquilos por el bosque. Desde que era adolescente, anduvo buscando esa fuerza superior que todos necesitamos para sentirnos protegidos. No la encontró en ninguna religión hasta que conoció a Gaya en una conferencia sobre plantas medicinales. Gaya le pareció una mujer muy sabia con la que era necesario entablar una amistad. Gaya enseguida captó las intenciones de Dunia, pero nunca se negó a ayudarla. Así pues, Dunia fue conociendo los misterios de El fuego de Hécate hasta que, al fin, se convirtió en una iniciada más. Es muy altruista. Siempre piensa en ayudar a los seres que quiere y a los que apenas conoce, por lo que a veces los clicks malintencionados se aprovechan de ella. Es la protegida de Gaya, pues la suma sacerdotisa siempre tiene miedo de que le hagan daño. 

Dunia es inocente y a la vez pura, pero tiene una picardía que divierte mucho a quienes la conocen. Mantiene una relación muy especial con los animales, sobre todo con las aves, y en más de una ocasión ha tenido como compañero a un pájaro o ave rapaz, pero enseguida se ha sentido culpable por cortar su libertad y los ha dejado libres. No le gusta la ciudad ni las fronteras. Cree que el mundo es el hogar de todos y además es vegetariana y muy cuidadosa con el medio ambiente. Está introducida en organizaciones que protegen a los animales en peligro de extinción y algunas reservas naturales. Sus padres apenas conocen su vida debido a que Dunia prefiere vivir lejos de su casa, pues allí se siente encerrada. Es una clack muy alegre y activa y adora aprender.
 Eleanor quiso ser princesa guerrera desde que era pequeña. Jugaba a que luchaba contra Sam y su ejército oscuro. Sus padres la amonestaron por ello infinidad de veces, pero Eleanor nunca se rindió y se esforzó lo indecible para ser aceptada en el ejército de Evelyn, por quien siempre sintió una admiración inabarcable. Desde que pertenece a la orden de las princesas guerreras, no ha vuelto al que fue su hogar. Afirma que su única vida se encuentra entre esas valientes mujeres y no necesita nada más para ser feliz. Era heredera de un castillo precioso y de unas tierras fértiles que podían ofrecerle muchos bienes; pero, al marcharse, tanto el castillo como las tierras pasaron a manos de su hermano gemelo, quien los heredó cuando murieron sus padres de una enfermedad contagiosa. Eleanor nunca soportó a su hermano, pues él siempre la maltrataba vilmente y se aprovechaba de su inocencia. Además, se reía de ella cuando la veía jugando a ser princesa guerrera. Nadie sabe que Eleanor está esperando el momento de vengarse de su desagradecido y cruel hermano.
 Prudence, hija de un poderoso conde de Clisandia, es la mayor de siete hermanas. Se distinguió de todas ellas en que siempre fue mucho más valiente que nadie. Cuando Prudence tenía catorce años, una noche hubo un incendio muy destructor en el castillo en el que habitaba con su familia y fue la única clack que se atrevió a adentrarse en los aposentos de sus padres para salvarlos. Casi todas sus hermanas (salvo dos) murieron aquella noche sin que le diese tiempo a rescatarlas. Desde entonces, tiene cicatrices incurables en el brazo derecho y en el pecho, cicatrices que esconde bajo su armadura. Desde aquella noche, Prudence fue apodada la Dama del fuego, pues nunca temió a las llamas. Su valentía le hizo plantearse la posibilidad de pertenecer a la orden de las princesas guerreras de Clisandia. En su interior siempre se desempeña una lucha entre el amor y el odio hacia la vida. Guarda un infinito rencor al destino por haber provocado la muerte de casi todas sus hermanas. Lucha siempre poniendo toda su alma pensando en que cada golpe de espada puede salvar mil vidas. Su carácter ha ido endureciéndose con el tiempo y sus compañeras consideran que es una de las guerreras más ariscas de la orden; pero, no obstante, todas saben que bajo su dura coraza se esconde un corazón resentido y asustado.


domingo, 17 de mayo de 2015

UN PORTAL AL MÁS ALLÁ



UN PORTAL AL MÁS ALLÁ 

Aquella tarde primaveral, Áurea había salido de su casa en silencio, intentando que nadie advirtiese su marcha. No deseaba que ninguna de sus hermanas se enterase de que se iba. Solamente quería que la acompañase Bruma, su fiel amiga, su mejor amiga. Los nervios se habían anudado en su estómago, impidiéndole comer y comportarse de forma serena. Se sentía tan inquieta que apenas podía pensar con claridad.
Hacía muchas semanas que deseaba dirigirse hacia aquel lugar al que aquella tarde se encaminaría; pero el miedo y la desconfianza siempre la habían detenido. Al fin, se había decidido a enfrentarse a todo lo que pudiese ocurrir. Necesitaba hablar con alguien que pudiese ayudarla, que pudiese salvarla.
Desde hacía aproximadamente dos meses, la vida de Áurea se había vuelto casi insostenible. No podía dormir, continuamente se sentía observada y notaba que alguien la perseguía cuando caminaba, o bien, por su casa, o bien, por la ciudad. Ya no aguantaba más aquella situación. Jamás quiso confesarle a nadie lo que le sucedía. Había guardado en su alma todo lo que experimentaba, todo lo que pensaba y todo lo que la desasosegaba; pero había llegado el momento de abrir su corazón y expresar todo aquello que había retenido en su interior durante tanto tiempo. 
  Desde que su vida había cambiado tanto, ella había dejado de ser la misma. Apenas sonreía. El cansancio no le permitía prestarle atención a su alrededor y, cuando hablaba con alguien, lo hacía siempre de forma forzada y desinteresada. Sus hermanas y sus padres se habían dado cuenta de que Áurea no estaba bien; pero, por mucho que le preguntasen acerca de su estado, ella nunca confesaba nada. Alegaba que tenía mucho trabajo y que estaba agotada. Todos parecían conformarse con aquella respuesta.
Mas aquella tarde Áurea se desprendería de todo lo que la retenía e iría a buscar ayuda. El destino le había ofrecido el camino que debía recorrer para llegar a la solución de su problema, y no iba a permitir que los nervios y la inseguridad la detuviesen. Así pues, se dirigió hacia el bosque junto con Bruma y anduvo durante horas por senderos casi escondidos, en busca de aquella mujer que podía ayudarla. 
 Había oído hablar de una mujer muy misteriosa que vivía en el corazón del bosque, cerca de las montañas. De ella se afirmaban muchas cosas, pero lo que más llamó la atención de Áurea fue que aseguraban que aquella mujer tenía poderes mágicos. Muchos la acusaban de ser bruja; otros alegaban que era peligrosa por vivir tan apartada de la sociedad; otros sencillamente se abstenían de referirse a ella guiados por una extraña superstición. Fuese como fuere, nadie se mostraba indiferente ante su nombre: Artemisa.
     Este bosque es muy bonito, ¿verdad, Bruma? —le preguntó Áurea a su amiguita—. Nunca hemos estado por aquí... ¿Recuerdas ese camino de allí? Ese camino conduce al campo donde muchas veces hemos ido a comer con todos; pero hoy tenemos que desviarnos un poco. No temas... Sé que todo saldrá bien. Esto es muy importante para mí, Bruma...
Bruma caminaba sosegada y alegremente por el bosque. Adoraba la naturaleza y más si Áurea la acompañaba en sus paseos. Además, aquella tarde primaveral era muy especial. Los pájaros cantaban animadamente y todo olía a renacimiento y a flores. No obstante, conforme se adentraban en el bosque, el canto de las aves mermaba, convirtiéndose en silencio. El tibio aliento de la primavera fue tornándose un frío muy extraño y húmedo que empezó a inquietar a Bruma.
      ¿Qué te ocurre, Bruma? No tengas miedo. Simplemente hace un poco más de frío, pero... es comprensible. Estamos cada vez más lejos de la ciudad y...
La inquietud de Bruma devino en un pánico incontrolable de repente. La pobre perrita, asustada, solamente deseaba huir de allí. Una extraña presencia la amedrentaba. Áurea también la percibía, pero no deseaba que el temor se apoderase de sus sentimientos.
      ¡Bruma! Pero ¿adónde vas? ¡Sal de ahí, anda! —se rió encantadora y amorosamente—. Venga, no me dejes sola. Tenemos que llegar antes de que oscurezca, cariño.
 Bruma empezó a llorar casi sin aliento. Áurea no comprendía por qué su perrita tenía tanto miedo, aunque en verdad ella también percibía algo extraño en el ambiente.
     Bruma, por favor, sal de ahí. No me obligues a ir a buscarte, por favor... Si es que... No sé si tendría que haber venido contigo. Me siento mal al verte tan asustadita, cielito...
Áurea tuvo que ir a buscar a su perrita, quien estaba a punto de desmayarse de miedo. Un lobo feroz y agresivo la había acusado desde las sombras, y Áurea no lo había advertido.
      Venga, no seas tan cobardita... —le pidió con mucha ternura cuando la tuvo entre sus brazos—. Bueno, mira, voy a confesarte una cosita... Yo también tengo miedo... —le susurró estremecida—; pero debemos ser valientes... Tú sabes, mejor que nadie, lo mal que estoy pasándolo... Creo que estamos a punto de llegar. Me parece distinguir entre los árboles la morada que buscamos...
 En lo más recóndito del bosque, cerca de las montañas, entre algunos árboles ancestrales y ramitas secas, se hallaba el abandonado hogar de Artemisa. Se trataba de una pequeña caravana olvidada, llena de todo tipo de objetos. Artemisa llevaba habitando en aquellas condiciones desde hacía más de dos años, durante los cuales había vivido todo tipo de experiencias que habían enriquecido su alma. Había llegado a las afueras de Clickópolis huyendo de la sociedad; la que desde siempre había sido su peor enemiga. Insostenibles experiencias habían hecho temblar su vida, experiencias que ella no deseaba revelarle a nadie, pero que, sin embargo, siempre gritarían en su corazón; el que ya no estaba hecho para convivir con la humanidad. Los únicos clicks con los que se relacionaba eran los miembros del aquelarre wiccano al que ella pertenecía; aunque a veces notaba que nadie la comprendía plenamente.
Su única compañía era la naturaleza: los árboles, las plantas, el viento, el fuego, el agua, y Leyenda, su amada gatita; un animal que la había acompañado desde que ella había empezado a huir hacia el silencio y el olvido. 

Aquella tarde, Artemisa se sentía especialmente triste y nostálgica, por lo que quiso buscar en las plantas una medicina para su alma. Había leído en su libro dorado, un libro que había encontrado en una casa abandonada, cómo tenía que preparar una tisana de hierbas que la ayudarían a olvidarse por unos momentos de todo lo que la afligía. Deseaba que su espíritu se conectase con el alma de los bosques, dejando atrás su existencia por unos instantes.
Al llegar a su abandonado y estremecedor hogar, una inesperada sorpresa agitó todo su interior. Lo primero que hizo fue lamentarse de que ella estuviese allí, justo aquella tarde. Gaya, suma sacerdotisa del aquelarre El fuego de Hécate, la esperaba con intriga y desconcierto. Al verla, intentó sonreírle, pero la oscura mirada de Artemisa la sobrecogió levemente.
 

     ¿Qué haces aquí? —le preguntó artemisa con disgusto.
     Venía a hablar contigo. Hace mucho que no vienes a nuestros rituales y deseo saber qué te sucede.
     No me apetece hablar, Gaya. Lo siento —se excusó intentando pasar por su lado y dirigirse hacia su caldero, donde vertió las hojitas de las hierbas que había recogido—. Será mejor que vuelvas en otro momento.
     No, no me iré hasta que hablemos, Artemisa, y lo sabes. Dime, ¿qué estás preparando? No conozco el aroma ni el color de esa tisana.
     Deja de hacerme tantas preguntas —le espetó con un susurro.
     Artemisa, venía a hablar contigo sobre tu situación. No puedes vivir así eternamente, Artemisa. Dime, ¿estás cómoda aquí, en medio de tanto desperdicio? ¿Estás bien viviendo aquí, tan sola? ¡Que seas wiccana y adores la naturaleza como nosotros no quiere decir que tengas que habitar en unas condiciones tan malas y precarias, Artemisa! —la increpó al ver que Artemisa no la escuchaba—. Yo vivo en una casa hermosa, situada en medio del bosque. Tú podrías venir conmigo mientras encuentras otro lugar...


     ¡Ya basta! ¡Siempre que vienes a visitarme me das el mismo sermón! ¡Estoy cansada de todos vosotros! Lo único que hacéis es meteros en mi vida. ¡Dejadme en paz!
     ¡Lo que no puedes hacer es abandonar a la Diosa de esta forma, Artemisa! ¿Por qué no viniste a los rituales de Beltaine? Todos te echábamos en falta y el koven estuvo incompleto sin ti.
     ¡Yo no he abandonado a la Diosa ni a nadie! Celebro mis propios rituales. No necesito a nadie más.
     ¿Se puede saber qué te ocurre? Tú antes no eras así, Artemisa.
     A nadie tiene por qué importarle mi vida.
     A nosotras nos importa, en especial a Edurne y Penélope. Ellas son tus mejores amigas.
     Mis mejores amigas son la Diosa y la naturaleza. Ah, y también Leyenda.
      ¿La gata que persigue conejos incesantemente? —se rió Gaya con cariño—. Artemisa, lo único que deseo es que estés bien. Te tengo mucho aprecio. Fuiste una de las primeras en pertenecer a nuestro aquelarre y eso siempre te otorgará un puesto muy importante. Además, cuando yo muera, deseo...
     No, no digas nada, por favor. Yo jamás podré ser sacerdotisa. No estoy preparada...
     Ahora no te preocupes por eso. Todavía tienes que aprender muchas cosas. Gilbert, nuestro sumo sacerdote, está dispuesto a enseñarte todo lo que necesites...
     Hoy no me apetece que hablemos de eso, Gaya.
     Lo mejor será que vaya a buscar a Edurne y a Penélope para que vengan a verte esta noche. Además, si tienes dolor en el alma, podemos ayudarte a que el espíritu de los bosques te la limpie...
     Eso es precisamente lo que quería hacer con el brebaje que estoy preparando...
      Deja que te ayude. A ver... —divagó Gaya tomando entre sus manos el libro de Artemisa—. ¿Has echado corteza de ébano? —Artemisa asintió—. Ten cuidado con la cantidad de belladona que eches, Artemisa, por favor.
     Lo he tenido...
     También necesitas llantén...
     Tengo todo lo necesario, Gaya. Gracias.

     Está bien —se rió la sacerdotisa—. Estás volviéndote huraña —siguió riéndose. Al fin, Artemisa sonrió. No obstante, su sonrisa fue tan frágil y nostálgica que Gaya se sintió culpable de repente—. Artemisa, escúchame. Sea lo que fuere lo que te ha ocurrido, quiero que sepas que yo estoy a tu lado para ayudarte... No tienes derecho a pensar que estás sola. Además, a partir de mañana, intentaré buscar otro lugar mejor para que puedas vivir.
     No te preocupes por mí, Gaya. Te agradezco mucho tu cariño y tu interés; pero no quiero irme de aquí. Aquí es donde verdaderamente me siento libre. Ese lugar de ahí solamente me sirve para dormir, pero en verdad yo vivo en el bosque... El bosque es el único sitio donde me siento querida —dijo a punto de ponerse a llorar—. Y no te desasosiegues por mí. Creo que solamente nací para ser destruida.
     No vuelvas a decir eso, cariño, por favor.
     Huy, creo que viene alguien —expresó Artemisa de pronto. Su rostro se había llenado de miedo y desconfianza—. Jamás nadie ajeno al aquelarre se ha acercado hasta aquí.
     Percibo que se trata de un alma buena y pura, no te preocupes.
Áurea, desde la distancia, había oído hablar a las dos mujeres. El corazón le había dado un vuelco. Las voces de aquellas clacks le habían resultado misteriosas y a la vez muy agradables. Se detectaba en todas sus palabras que ambas tenían un espíritu noble y luchador. 
      Buenas tardes —las saludó Áurea con timidez. Artemisa y Gaya la miraron extrañadas—. Siento molestarlas...
     ¿Te has perdido? —le preguntó Artemisa con una voz apática. Aunque Áurea le inspirase confianza, no quería que nadie se acercase a su hogar—. Nosotras podemos ayudarte a volver...
     No, no me he perdido. Llevo más de una hora y media caminando por el bosque en busca del hogar de Artemisa...
     Artemisa soy yo...
     No puedo creerme que la haya encontrado —sonrió con vergüenza—. Hace mucho tiempo que deseaba hablar con usted.
     Trátame de tú, por favor —le suplicó con tensión. Áurea le ofreció una sonrisa como respuesta—. ¿Y por qué me buscabas? —quiso saber Artemisa con una voz algo más amable y relajada.
     Necesito ayuda. He oído hablar de ti por la ciudad...
     ¿De mí? Eso no es posible.
     Sí, se habla de ti...
     ¿Y qué se dice de ella? —preguntó la sacerdotisa.
     No importa, Gaya —intervino Artemisa antes de que Áurea hablase—. En realidad no me interesa lo que los clicks puedan decir de mí. Dime, jovencita, qué te sucede...
     Verás... Artemisa —empezó a hablar Áurea—, llevo mucho tiempo sintiendo que alguien me observa y que en mi hogar hay alguien más que no forma parte de mi familia. Cuando salgo por la calle, tengo miedo porque advierto que alguien me persigue, pero luego me volteo, y no veo a nadie... Por las noches no puedo dormir. Detecto que alguien se tumba a mi lado en la cama e incluso puedo oír una leve respiración... la noto caer sobre mi cuello. Lo peor es que no hay nadie cuando enciendo la luz. No sé si estoy volviéndome loca, pero te aseguro que he captado tantas cosas que...
     No estés nerviosa... ¿Cómo te llamas? —le preguntó Artemisa con una voz dulce.
     Soy Áurea y ella es mi perrita Bruma.
     Tienes un nombre precioso, Áurea; muy adecuado para tu alma. Eres pura luz. Eres de oro. Y no te preocupes, te creemos. Nosotras no vamos a pensar que estás loca... Quieres que te ayudemos a encontrar esa presencia que te persigue, ¿verdad?
     Si no es mucha molestia... Gracias por ser tan amable y por no tacharme de loca. No me he atrevido a explicarle a nadie lo que me ocurre hasta ahora.
     No te preocupes por nada. Lo cierto es que nosotras entendemos bastante sobre estas cosas —le aseguró Gaya con una maternal sonrisa—. Artemisa domina muy bien las fronteras que separan la vida de la muerte. Es probable que hayas provocado que un espíritu del otro mundo se adentre en tu vida... Dime, ¿has hecho algún conjuro...?
     Sí, sí —recordó Áurea estremecida—. Hace unos meses, estaba muy perdida y deseaba encontrar respuestas, así que me fui una noche de luna llena al bosque y me atreví a... a hacer la ouija... —les confesó con vergüenza y temor.
     ¿La hiciste sola, Áurea? —le cuestionó Artemisa sorprendida.
     Sí, la hice sola...
     ¡Nunca más vuelvas a hacerlo! ¡La ouija es muy peligrosa! No debería hacerla nadie que no tuviese ciertos conocimientos... —le advirtió Gaya.
     Lo siento mucho. No, no volveré a hacer algo así... Pasé mucho miedo. De repente el bosque se llenó de sonidos escalofriantes... y desde entonces no he podido dormir bien...
      No te preocupes por nada, Áurea. Nosotras te ayudaremos; pero es necesario que lo hagamos por la noche. Los espíritus no toleran la luz del día. Solamente saben actuar cuando ha oscurecido. Así pues, me temo que tendrás que volver cuando sean las doce de la noche... o tal vez sea mejor que te quedes con nosotras... aunque lo más idóneo es que regreses a tu hogar, donde habita el espíritu que te persigue, y vuelvas hacia aquí para que él vaya tras de ti... —titubeó Artemisa.
     ¿Tengo que volver por la noche a este bosque? ¡No, por favor!
     No te sucederá nada malo, te lo aseguro. Toma... te daré un amuleto para que te proteja.
Tras bendecir una piedra redonda cuyo matiz recordaba al de la sangre, Artemisa le tendió a Áurea aquel amuleto que ella agarró casi con desesperación.
     No lo olvides, Áurea. Vuelve con el amuleto y no tengas miedo. Nosotras te ayudaremos —le recordó Gaya con paciencia.
     Esta noche, por cierto, no estaremos solas. Estarán con nosotras dos amigas más, pero no temas. Son muy buenas y ellas también querrán ayudarte.
     Muchas gracias. Volveré después... —se despidió Áurea.
 Áurea se marchó sintiendo una calma muy especial por dentro de ella. Ambas mujeres le habían inspirado mucha confianza, sobre todo Artemisa. Había encontrado en sus ojos unos sentimientos puros con los que hacía mucho tiempo que nadie la miraba. Además, su voz le había suscitado una emoción muy tierna. Le había parecido que había hablado con Artemisa en otro momento, en otra vida tal vez. Por su parte, Gaya le había parecido una mujer muy sabia dispuesta a ayudarla sin pedirle nada a cambio; lo cual la extrañaba profundamente, pues en este presente tan ambicioso es difícil encontrar a alguien que quiera ayudar sin recibir nada...
      Áurea es una chica muy valiente. Si viene esta noche, nos demostrará que está dispuesta a hacer cualquier cosa para solucionar su problema... —le dijo Gaya a Artemisa.
     Sí, tiene un alma muy pura... —contestó Artemisa distraída—. Se nota mucho que es muy buena clack.
     Sí, lo es —sonrió Gaya.
La noche llegó casi con prisa, como si las estrellas quisiesen observar todo lo que acaecería durante aquellas oscuras y nocturnas horas. Gaya, Edurne y Penélope acudieron junto a Artemisa cuando apenas pasaban de las doce de la noche, hora en la que era más sencillo que se diluyesen en el aire las fronteras entre la vida y la muerte.
Era una noche en la que las presencias pasadas se mezclaban con la voz del viento. Era una noche propensa para invocar cualquier espíritu ancestral que quisiese ayudar a limpiar las almas de los vivos. Edurne, amante de la nieve y de la pureza de la luz del alba, se había vestido de blanco para la ocasión, para atraer con el fulgor de sus vestiduras cualquier mirada fenecida. Por su parte, Penélope, hábil en captar presencias intangibles, parecía, con sus rojizos cabellos, un ser místico cuando se acercaba al fuego para invocar las voces antiguas. Gaya y Artemisa se reunieron con ellas cuando la hoguera estuvo prendida y las cuatro empezaron a apelar silenciosamente al alma de la Diosa; esa alma que vive en los bosques, en el mar, en el cielo y en los ríos. 
 Era necesario celebrar aquel ritual pasados quince días de Beltaine, justo cuando la naturaleza esperaba con más ansia la llegada del verano. A través de aquel ritual, era posible limpiar el espíritu para que éste se desprendiese de todas las energías oscuras que pudiesen dominarlo.
     Limpiad vuestra mente de cualquier pensamiento que turbe vuestra concentración —principió Gaya con solemnidad— y entonad conmigo los versos sagrados...
Entonces las cuatro comenzaron a lanzar al viento esas plegarias dirigidas a la divinidad de toda la naturaleza; mediante las cuales le pedían que purificase su alma y su vida...
     Diosa madre de todas las cosas, alma bondadosa y creadora, nos dirigimos a ti para pedirte luz, para suplicarte vida y armonía... —rogaron todas.
      Yo te pido paz para mi alma —prosiguió Artemisa.
Una a una, todas fueron dirigiendo sus plegarias a la Diosa. Artemisa, Gaya, Edurne y Penélope se sentían con el espíritu henchido de paz, de fe, de amor...
Desde la distancia, Áurea había podido captar las voces de las cuatro mujeres mezclándose con el silencio de la noche. Había visto, escondido entre los árboles, el reflejo de esa hoguera que transportaba sus palabras hacia el cielo. Su corazón se había anegado en desconfianza, miedo e inseguridad; pero el terror a que su vida prosiguiese como hasta entonces le impidió detenerse y, en menos de un minuto, corrió hacia donde se encontraban las cuatro hechiceras. 

 Para no interrumpir su ritual, se escondió tras unas ramas secas. No obstante, lo que no le permitía presentarse ante ellas no era el respeto hacia su ceremonia, sino el miedo más inofensivo e irracional. Era la primera vez que presenciaba un ritual como aquél y hasta entonces nunca se había imaginado que fuese posible comunicarse con un espíritu divino a través de unos ruegos tan inocentes y hermosos. A la vez que el temor llenaba toda su alma, una curiosidad muy intensa se apoderaba de todo su ser. ¿Cómo sería ser tan sabia como esas mujeres? Podía detectar en cada una de esas miradas una infinidad de conocimientos, de amor, de fe y de paz.





Los minutos transcurrían sin que Áurea se atreviese a interrumpir aquel ritual tan místico e inquietante. Sin embargo, algo la avisaba de que no podía permanecer paralizada durante toda la noche. Además, estaba ansiosa por deshacerse de aquella presencia que no la dejaba vivir serenamente. Así pues, armándose de valor, salió de su escondite y se presentó, temiendo ser rechazada, ante las cuatro mujeres; quienes la miraron a la par intrigadas y satisfechas.

     Áurea, has vuelto —le sonrió Artemisa con los ojos henchidos de alivio—. Eres muy valiente por venir a estas horas...
     Siento interrumpir vuestro ritual...

     Estábamos acabando, realmente —la tranquilizó Artemisa—. Creo que la Diosa ya ha recibido nuestro mensaje. No te preocupes y no tengas miedo. Todas vamos a ayudarte. Sabemos cómo apartar de ti esa presencia maligna que te persigue. Sí, Gaya ha percibido que se trata de un espíritu maligno.
     Por favor, ayudadme. Estoy muy asustada —protestó Áurea con una sinceridad inevitable.
     Áurea, no puedo negarte que lo que vivirás esta noche será aterrador... Debes ser fuerte. Prométeme que lo serás...
     Lo seré... —le aseguró sin estar muy segura de sus palabras—. Precisamente esta noche no he sentido su presencia, pero...
     Es por el amuleto; pero, aunque el amuleto te proteja, no puedes vivir así eternamente, pues su efecto acabará pasándose al cabo de un tiempo. Además, los espíritus del Más allá terminan por acostumbrarse a cualquier amuleto o forma con los que deseemos apartarlos de nosotros.


     Confía en nosotras, Áurea —le pidió Gaya—, y es muy importante que no interrumpas nuestro ritual, ¿de acuerdo? Vamos a invocar al espíritu que te persigue para poder atraparlo. Es esencial que te mantengas al margen, que no te acerques al fuego y que no lances ni el suspiro más sutil. ¿Lo has comprendido?
     Sí, lo he comprendido —musitó Áurea intimidada.
Entonces las cuatro mujeres se reunieron de nuevo alrededor del fuego. Gracias al ritual que acababan de celebrar, todas se sentían fuertes y con el alma henchida de valentía. Cuando el fuego brilló con más intensidad, entonces empezaron a invocar al espíritu que perseguía a Áurea con una voz que desprendía tanto sublimidad como amenaza:
     Alma impura y maliciosa que llegaste del Más allá, ven hacia nosotras. Nuestros deseos son únicamente guiarte hacia tu hogar. Ven hacia nosotras y recibe el calor del fuego. Ven hacia nosotras y siente el hechizo de la muerte volviendo a vibrar en tu destino.
Áurea observaba aquella escena como si ésta no formase parte de su vida, sino de una de las películas de terror más horribles que había visto. Las voces de las mujeres parecían emanar del fuego y le parecía como si el bosque entero se hubiese convertido en el escenario de la escena más escalofriante y horrorosa de la Historia. 
 Estaba paralizada de miedo, pero al mismo tiempo todo lo que veía la atraía, despertaba en su interior un torrente de emociones que apenas podía experimentar. Las sensaciones que invadían su cuerpo de repente se intensificaron cuando, súbitamente, del aire surgió una imagen que la paralizó mucho más. Fue como si las llamas del fuego alumbrasen la presencia que durante tanto tiempo la había perseguido. Sintió ganas de gritar, pero se contuvo al recordar las advertencias de Gaya.
     Alma impura y maliciosa —prosiguió Artemisa con más fuerza, con una voz tan potente e imponente que pareció estremecer el bosque entero—, ahora que te presentas ante nosotras, no permitas que el aire te separe del fuego. ¡Dinos quién eres y qué quieres! 
      ¡Anheláis expulsarme de este mundo! —chilló de pronto una voz grave, profunda y escalofriante; una voz que parecía emanar del fuego—. ¡Fue ella quien turbó mi muerte y me trajo a este mundo! —exclamó dirigiéndose hacia Áurea—. ¡Soy Salvatore y fenecí hace cien años! ¡En mi sueño viví tranquilo hasta que ella me arrancó de las tinieblas! ¡Es a ella a quien quiero! ¡Deseo llevármela a las profundidades de nuestro Averno y nadie me lo impedirá! —aseguró con una voz maligna, sobrecogedora y tan escalofriante que Áurea no pudo evitar que los ojos se le llenasen de lágrimas—. ¡Bella dama, fantasmal alma! ¡Ven conmigo al otro mundo, donde os aseguro un destino oscuro y repleto de sombras!
     ¡Deja en paz a las almas nobles a las que todavía no les ha llegado su hora, maligna presencia! —lo amonestó Artemisa con furia y desafío—. ¡Te haremos volver a las tinieblas de tu hogar!
      ¡No permitiré que unas brujas insignificantes me detengan! ¡Pretendéis luchar contra un alma que lleva perecida cien años! ¡Por los fuegos del Hades, me llevaré a esta brillante alma al infierno para que arda junto a mí en las hogueras de la muerte! ¡Ven, bella dama! ¡Querida mía! ¡Cada noche será un amanecer incendiado que quemará tus sueños!
     ¡No, por favor! —gritó Áurea sin poder evitarlo, olvidando las advertencias de Gaya. No obstante, nadie fue capaz de recriminarle nada. La voz de aquella presencia era el sonido más escalofriante que jamás habían oído y cada palabra que emanaba de sus intangibles labios sonaba con ecos por todo el bosque—. ¡Ayudadme, por favor!
     ¡No permitiremos que ataques a un alma pura y bondadosa que aún no puede habitar en la muerte! ¡Por el poder del fuego y del espíritu de la tierra, por la magnificencia y la fuerza del fuego, te rogamos, vigorosa Diosa, que nos permitas luchar contra la mirada de la muerte!

Áurea vivía aquel momento como si éste formase parte de un sueño. Casi sin creer lo que estaba viendo, observó cómo las manos de las cuatro mujeres irradiaban rayos de luz que hicieron de la noche un sinuoso amanecer. De repente, en un tiempo que Áurea no fue capaz de contar, Artemisa encendió una antorcha y, mientras pronunciaba unas palabras en un idioma que Áurea no comprendía, consiguió atrapar aquel espíritu maligno entre sus ardientes y fulgurantes llamas.

Antes de que el fuego de la antorcha lo devorase, el espíritu lanzó un alarido tan grave y tan profundo que incluso fue posible percibir cómo algunos árboles temblaban, como si aquel grito hubiese sido el eco de un huracán. Cuando aquella presencia tan amenazante y maligna desapareció, Áurea notó que estaba hiperventilando y llorando desconsoladamente. Al verla tan deshecha, Artemisa y las demás se acercaron a ella para tranquilizarla.

     Serénate, Áurea. Ya hemos cumplido la mitad de nuestra misión —intentó calmarla Artemisa—; pero ahora tenemos que dirigirnos hacia un lugar abandonado para convertirlo en las puertas del Más allá...
     ¿Cómo? —preguntó Áurea casi sin poder hablar.
     Tenemos que lograr devolver a su mundo al espíritu que ahora tengo encerrado entre las llamas. Tengo que procurar que la antorcha no se apague para que el espíritu no se marche...
     Vayamos cuanto antes, por favor —rogó Áurea intentando sosegarse.
     Conozco una torre abandonada que se convierte en el portal hacia el Más allá en las noches de luna llena y en Samhain —le explicó a Áurea con paciencia—. Vosotras, Edurne y Penélope, lo mejor será que no vengáis con nosotras. Gaya, acompáñame, por favor. Tu sabiduría puede guiarnos...

Así pues, Áurea, Artemisa y Gaya se encaminaron hacia aquel misterioso lugar. Artemisa andaba con decisión, aunque lo cierto era que estaba levemente asustada. Portaba en su mano la antorcha donde había encerrado al espíritu y notaba que éste le enviaba una energía muy negativa a través de las llamas. Artemisa intentaba ignorar la fuerza de aquella presencia tan maligna, pero su alma a veces era más frágil de lo que ella anhelaba...


     Tenemos que conjurar la puerta de la torre para que devenga en el portal del Averno. Tienes que ser muy valiente, Áurea. Estás siéndolo, de veras —le aseguró al ver que Áurea cerraba los ojos con fuerza. Estaba tan asustada que apenas podía percibir por dónde caminaban—. Tenemos que ser valientes todas —susurró casi sin voz.

     Es muy importante que no contestéis a nadie a partir de ahora, que ignoréis las risas y las voces que oiréis y que no intentéis huir, percibáis lo que percibáis. Además, Artemisa, no olvides que, cuando consigamos devolver al espíritu a su tenebroso hogar, debemos cerrar con un hechizo este portal para que no quede abierto a la vida. Creo que nunca te has enfrentado a una prueba tan dura —le sonrió la sacerdotisa con ánimo—. Estoy segura de que lo harás perfectamente. Si logras superarla, entonces ascenderás en el aquelarre; pero ahora no debes preocuparte por eso. Procede cuanto antes con el ritual, Artemisa.
Artemisa se acercó a la puerta notando cómo las piernas le temblaban. No obstante, ignorando sus sentimientos, comenzó a pronunciar aquellas palabras que serían la llave que abriría aquella ancestral e intangible puerta que separa la muerte de la vida:

     Amemos la vida, amemos la muerte; pero respetemos el portal que separa los mundos. Miremos hacia el pasado, miremos hacia el presente; pero intentemos no controlar el tiempo que no puede convertirse en futuro. Almas y vidas ya transcurridas, destinos agotados, escuchad este llamado, acudid al portal de la muerte para abrir sus puertas, para permitirle a uno de los vuestros que regrese a las tinieblas de vuestro hogar infernal. Avanzad hacia la luz de la vida para después retroceder hacia las sombras de la muerte. 
     Puerta del Más allá, acoge de nuevo la oscuridad de la noche para guiar a las profundidades del Averno a un ser que de él jamás debió escapar...


Mientras las poderosas palabras de Artemisa se mezclaban con el aire, la puerta de aquella abandonada torre iba abriéndose lentamente. De su interior manó una luz cegadora que portaba ecos interrumpidos, voces profundas y graves, risas tan malignas como la sed de venganza y súplicas perdidas entre lamentos chirriantes. Con todas aquellas voces, se fundía el sonido de cadenas quebrándose, de hierros deshaciéndose, de hogueras que quemaban la muerte y la vida. 

     ¡Muerte, irradia tu luz para conducir a la oscuridad a este ser que mora en este fuego! ¡Alza tu voz, muerte, para llamar a esta vida apagada! ¡Llévatela al fondo de las tinieblas!
Aunque Artemisa estuviese tan aterrada como Áurea, su voz sonaba firme, potente, fuerte y anegada en decisión. A Áurea le parecía que sus palabras podían destruir cualquier montaña y que era posible oírlas desde la tierra más lejana.
Cuando Artemisa convirtió su voz en silencio, todas esas voces que fluían a través de la luz de la muerte gritaron con más fuerza y ahínco. Se oyeron vituperios, se oyeron risas escalofriantes, se oyeron súplicas y chillidos de odio e ira. El bosque entero se anegó en sonidos que jamás podrían asemejarse al murmullo de cualquier vida. Aquellas voces no podían ser comparadas con cualquier ruido ni con cualquier suspiro que hubiese sido posible oír antes, pues provenían de la muerte; de un mundo mucho más antiguo que cualquier Universo.

     ¡Vuelve al infierno, alma herida y torturada, alma maligna y despreciable! —gritó Artemisa lanzando la antorcha a la luz de la muerte; la que de repente la devoró a la vez que de sus llamas brotó un chillido que quiso hacer temblar la tierra—. ¡Retorna a tus sombras, espíritu indigente! ¡Y, ahora, muerte, cierra tus puertas para que el aliento de tu finitud no contamine el fulgor de la vida! —exclamó cerrando la puerta con un esfuerzo que le llenó los ojos de lágrimas—. ¡Desaparece, portal del Más allá! ¡Desaparece en el silencio y en la invisibilidad de la muerte!

Áurea lloraba en silencio, temblaba de pies a cabeza y no era capaz de controlar el ritmo de su respiración. Cuando la puerta se hubo cerrado y todo hubo desaparecido, incluida esa luz tan cegadora, Artemisa se dirigió hacia ella para abrazarla y para serenarla mientras, con una voz muy suave y tranquilizadora, le comunicaba:

     Ya ha acabado todo, Áurea. Ya pasó.
     No puedo creer todo lo que he visto —protestó ella alejándose con timidez de los brazos de Artemisa.
     Ese espíritu maligno no volverá a molestarte; pero tienes que prometernos una cosa: que no volverás a hacer ninguna ouija más ni intentarás comunicarte con el otro mundo.
     Sí, lo prometo. Jamás pude imaginarme que hubiese algo más allá de la vida... —susurró Áurea estremecida.
     Lo has hecho muy bien, Artemisa —la halagó la sacerdotisa con orgullo.
     Sí, tú también has sido muy valiente —aportó Áurea ya un poco más tranquila.
     Ahora solamente debes serenarte definitivamente y vivir en calma.
     Creo que volveré pronto para pedirte algunas hierbas para dormir. Me parece que no podré dormir sosegadamente durante años —se rió Áurea con inocencia—. También me gustaría...
     ¿Sí? —se interesó Artemisa sonriéndole luminosamente.
     Quisiera conocer vuestras creencias...
     Estaremos encantadas de explicarte todo lo que desees, bajo la condición de que no le reveles a nadie lo que te contemos —se ofreció Gaya con complicidad.
     De acuerdo.
Todo había acabado; pero, sin embargo, para Áurea había empezado un nuevo tiempo, un nuevo camino que tendría que recorrer con esfuerzo y paciencia. Por el momento, intentaría recuperar la calma de su vida...
Quiero dar las gracias encarecidamente a Wensus por ayudarme a volver fotografías todas mis ideas. Las fotos de esta historia son las más especiales que hemos hecho hasta ahora. Gracias por todo y por los buenos momentos que vivimos cuando ambos imaginamos juntos. Espero que tus personajes Edurne y Penélope salgan en muchas historias más. ¡Aún nos quedan muchas experiencias e ideas que contar!
Un abrazo muy cariñoso.