domingo, 7 de junio de 2015

VISITA A LISAVETA PROFIEVNA



Hacía mucho tiempo que Lucerna no visitaba a su prima Lisaveta. Desde que había abierto su floristería, apenas tenía tiempo para sí misma. Las flores le hacían estar más ocupada de lo que jamás pudo imaginarse. Por eso, siempre que tenía un huequito, lo aprovechaba para estar junto a sus seres queridos o dar paseos por el bosque.
Lisaveta vivía en una casa preciosa y muy grande. Estaba situada en un barrio muy tranquilo que se encontraba cerca del bosque y de la floristería. A veces había visto paseando a su prima por la calle junto a sus padres o alguna de sus amigas. Se llevaba muy bien con las hermanas Belmonte y a veces iban juntas de compras.



Cuando llamó a la puerta de la casa de su prima, le abrió Dolie, la criada, y la hizo pasar al vestidor, comunicándole que avisaría a Lisaveta enseguida y pidiéndole que la aguardase allí. A Lucerna no le gustaba la moda tanto como a su prima, pero no podía negar que adoraba la forma en que ella vestía y los trajes que usaba. Al entrar en su vestidor, una sensación de armonía y paz la invadió de repente. Le gustaba mucho el color de las paredes, pues le parecía muy alegre y elegante, y la moqueta que alfombraba el suelo le resultaba tan lujosa que le daba miedo ensuciarla o estropearla.
Mientras Lisaveta no venía, se entretuvo mirando sus elegantes vestidos...



     Qué preciosidad... Es afortunada por tener un padre que exporta telas desde Rusia y una madre modista... Huy... ¿y ese vestido? —se preguntó cogiendo un vestido negro muy sensual—. No me imagino a mi prima vestida con esto... Es muy atrevido...


Lucerna se fijaba mucho en las telas con las que estaban confeccionados los vestidos...



     Qué telas más suaves y delicadas... Me da la sensación de que pueden romperse enseguida...
Cuando más ensimismada estaba tocando aquellos elegantes y preciosos vestidos, oyó unos pasos presurosos que la asustaron inevitablemente. De repente, Lisaveta apareció ante ella, pillándola totalmente de improvisto.


     ¡Lisaveta! —se rió Lucerna levemente incómoda.
     Qué... ¿con que tocando mis vestidos, no? —le preguntó Lisaveta con una mirada fulminante.
     No, no... Sólo estaba viéndolos —se excusó Lucerna avergonzada.

       ¡Mentira! ¡Ese vestido negro no estaba colocado así!
     Yo, no... no... —balbuceó Lucerna completamente avergonzada.


      ¡Que es broma, tonta! —exclamó Lisaveta estallando en risas lanzándose a su prima para abrazarla—. ¿Cómo has creído que yo podía reñirte? —seguía riéndose—. ¡Anda, quítate el bolso y dame un abrazo, que hace mucho tiempo que no nos vemos!


Ambas primas se abrazaron efusiva y cariñosamente. Aunque fuesen muy diferentes, la una le tenía muchísimo cariño a la otra. Habían crecido juntas y habían disfrutado de todos los juegos que compartían. Lisaveta y Lucerna siempre habían tenido un carácter muy distinto; pero siempre habían sabido entenderse muy bien; al contrario de lo que les sucedía a Deena y a Lisaveta... A Deena le parecía que Lisaveta era excesivamente superficial y que se preocupaba por cosas banales. Lucerna también lo pensaba, pero no era lo que más le importaba de la personalidad de su prima.
     ¡Tengo que contarte muchas cosas! —le comunicó Lisaveta mientras todavía la abrazaba—. Es que estamos tanto tiempo sin vernos...



     Con la tienda, apenas tengo tiempo para nada —protestó Lucerna ya separándose de los brazos de su prima.



     Huy, es que las tiendas quitan mucho tiempo, sí, igual que las fiestas. Es que... ya sabes que mi familia es muy tradicional y aún celebra tonterías como las puestas de largo... Una prima lejana nuestra ha cumplido dieciocho años y hoy la presentan en sociedad. Bah. Yo estoy harta de estas fiestas familiares. Yo prefiero las que se celebran en los pufs privados... Alguna noche tengo que llevarte a una de esas fiestas. Hay gente muy distinguida... Yo estuve en una anoche y por eso no he dormido nada. Veremos a ver cómo disimulo estas ojeras... Tengo que arreglarme y apenas dispongo de media hora...
     No te preocupes. Estás ya muy guapa... y yo no te quitaré mucho tiempo.



     Tengo que peinarme el flequillo y echarme algo en las ojeras... y perfume, claro... —dijo mientras rebuscaba en un cajón—. Por cierto, odio este collar del demonio. Tengo que llevarlo porque me lo regaló mi tía de Rusia y va a estar esta noche, así que... pero lo odio. Parece como si no estuviese hecho para mi piel.



     Pues yo lo veo muy bonito —contestó Lucerna mientras Lisaveta se peinaba frente al espejo.


     Tú siempre has sido muy bondadosa con todo. Cualquier cosa te parece muy bonita, pero este collar no es más que una baratija.
     Lo importante es el detalle...
Mientras Lisaveta se acicalaba apresuradamente, charlaba de cualquier cosa con su prima, quien la miraba sintiendo una leve e inocente punzada de envidia al verla tan hermosamente vestida y peinada. Además, se preguntaba por qué su hermana y ella no habían sido invitadas a esa fiesta... Prefirió no preguntárselo a su prima.



     Ahora tengo que ponerme el perfume...
     Oh, tienes muchos perfumes de esos caros, esos que huelen tan bien...


     Y que el olor dura por lo menos tres días, aunque te duches —se rió su prima mirando aquellos elegantes botecitos.
     Yo hago perfumes con flores. Si quieres, algún día pásate por la tienda y puedo enseñártelos. Los hago con las flores que empiezan a marchitarse porque nadie las compra...
     Es que los perfumes de flores... no me gustan. Duran poquísimo.
     No, no duran poco —se rió Lucerna.
     Y, dime, ¿cómo está Deena? ¿Sigue trabajando en el antro ese?
     Lamentablemente sí. Tengo miedo por ella. No me gusta la gente con la que se relaciona; pero no me atrevo a decírselo, ya que, siempre que se lo he insinuado, se ha enfadado conmigo.
     Tu hermana es... muy especial.
     Lo es; pero tiene un corazón que no cabe dentro de ella. Lo único que siente es frustración...



     O sea, tía, por frustración no te metes a trabajar en un antro de mala muerte, Lucerna —protestó Lisaveta con una voz escandalizada. Lucerna no contestó. No le gustaba que Lisaveta hablase mal de Deena.


       Bueno... —suspiró Lisaveta dirigiéndose hacia el espejo—, ya casi estoy. Me falta la boa... Alcánzamela. Está en ese cajón...


     ¡Oh, es preciosa, Lisaveta! —exclamó Lucerna al tener en sus manos aquel accesorio tan lujoso—. Qué tela tan exquisita...


     Me la regaló mi padre... —dijo mientras se lo colocaba—. ¡Ya estoy! ¿Te gusta?
     Sí, estás muy guapa, Lisaveta.
     ¡Tía, no sé por qué no te vistes un poco más moderna! ¡Tienes un cuerpazo! ¡Podrías sacarle mucho provecho...!
     Yo estoy muy a gusto así —se defendió Lucerna avergonzada.
     Mira tu hermana... Sabe que es guapa y muy atractiva y lo aprovecha, no como tú... Bueno, tampoco quiero forzarte a nada...
     Gracias —susurró Lucerna algo agotada.



     Ahora solamente me falta un bolso... Bueno, ya está. ¿Qué te parece? —le preguntó tras rebuscar en un cajón y alcanzar al fin un bolso que iba a juego con su traje—. Me parece que me he arreglado demasiado.


     Estás guapísima.
     

     Sí, pero... ¡No sé cómo voy a aguantar esta noche! Ya te he dicho que ayer no dormí e intuyo que esta fiesta va a ser un tostón... Estoy incluso mareada del cansancio —se quejó entornando los ojos.
     ¿Te encuentras bien?
     Lo cierto es que, desde hace unas semanas, me siento excesivamente cansada. Será el ajetreo de la universidad, de las fiestas, de los viajes. Buf, a veces me pregunto cómo es posible que no explote.



     Pues no se te nota para nada, Lisaveta.
     Bueno, pero cuéntame tú... ¿Qué es de tu vida? ¿Todavía no has conocido a un chico que merezca la pena?
     Pues todavía no... Todos los hombres que vienen a comprar flores a mi tienda lo hacen porque quieren hacerle un regalo a su novia, así que...
     ¡Bua! ¿Y eso qué más da, tía? —se rió Lisaveta escandalizada.
     Claro que da, Lisaveta. Además, no tengo ganas de tener nada con nadie... Igual que tú, yo tampoco necesito tener novio...
     No sé cuántos pretendientes me han buscado mis padres este año ya, por lo menos cincuenta y siete... y todos me parecen bodrios. No existe mi hombre perfecto, Lucerna. Voy a morirme sola con mis idiomas y mis vestidos, pero me da igual. Ellos no me serán infieles. Los hombres son infieles por naturaleza, ¿sabes? Primero te prometen el paraíso y luego te lanzan al infierno.
     Bueno, no creo que todos sean así...
     Nada, nada, tía... Todos son iguales. ¿Ellos no dicen lo mismo de las mujeres? Pues ya está... pero... a ti te pasa algo... ¡Te veo extraña! ¡Esa mirada es de mujer enamorada!
     No, no, te equivocas... —sonrió Lucerna avergonzada. Estaba a punto de sonrojarse.
     Sí, ¡tú estás enamorada! Dime, ¿no será el lerdo ese de Jorge Hierbas?
     Jorge Céspedes se llama, y no es él. No me gusta ese tipo de hombres... Además... prefiero no opinar...
     ¿Entonces quién es? ¡Porque tú estás enamorada fijo, tía!



     ¡Que no! Y ya tengo que irme... Mañana me espera un día muy duro...
      


     Sí, qué asco, mañana es lunes. En fin, tía, que te vaya bien todo. Muchas gracias por la visita y espero que no tardes tanto tiempo en venir a verme...
     Gracias a ti por recibirme a pesar de estar tan atareada. Nos vemos pronto, Lisaveta.



Cuando Lucerna salió de la casa de su prima, sintió que su corazón deseaba estallar por dentro de ella. Estaba agobiada y levemente cansada sin saber por qué. Enseguida dedujo que había sido su prima la que la había agotado tanto. Lucerna era muy tranquila y su serenidad contrastaba con la efusividad y la euforia con las que Lisaveta siempre teñía todas sus palabras y sus movimientos. «Creo que pasará otro medio año antes de que vuelva a visitarla», se dijo mientras se alejaba de aquel lujoso hogar. Aunque ya se hubiese distanciado bastante de la calle donde vivía su prima, le parecía oír en su mente su fina y estridente voz... Incluso notó que tenía unas tenues ganas de llorar. Siempre que estaba con su prima, aunque le hiciese reír, se sentía inferior a su lado. Le daba la sensación de que su vida, comparada con la de Lisaveta, era insulsa y que ella era alguien sin sentido ni emoción... Aparte, la molestaba que no las hubiesen invitado a esa fiesta a su hermana y a ella... Intentó relajarse y desprenderse de todos esos pensamientos dando un paseo por un parque que quedaba cerca de su tienda... Mañana sería otro día...

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