Hacía mucho tiempo que Lucerna no visitaba a
su prima Lisaveta. Desde que había abierto su floristería, apenas tenía tiempo
para sí misma. Las flores le hacían estar más ocupada de lo que jamás pudo
imaginarse. Por eso, siempre que tenía un huequito, lo aprovechaba para estar
junto a sus seres queridos o dar paseos por el bosque.
Lisaveta vivía en una casa preciosa y muy
grande. Estaba situada en un barrio muy tranquilo que se encontraba cerca del
bosque y de la floristería. A veces había visto paseando a su prima por la calle
junto a sus padres o alguna de sus amigas. Se llevaba muy bien con las hermanas
Belmonte y a veces iban juntas de compras.
Cuando llamó a la puerta de la casa de su prima,
le abrió Dolie, la criada, y la hizo pasar al vestidor, comunicándole que
avisaría a Lisaveta enseguida y pidiéndole que la aguardase allí. A Lucerna no
le gustaba la moda tanto como a su prima, pero no podía negar que adoraba la
forma en que ella vestía y los trajes que usaba. Al entrar en su vestidor, una
sensación de armonía y paz la invadió de repente. Le gustaba mucho el color de
las paredes, pues le parecía muy alegre y elegante, y la moqueta que alfombraba
el suelo le resultaba tan lujosa que le daba miedo ensuciarla o estropearla.
Mientras Lisaveta no venía, se entretuvo mirando
sus elegantes vestidos...
—
Qué preciosidad... Es afortunada por tener un padre que exporta telas
desde Rusia y una madre modista... Huy... ¿y ese vestido? —se preguntó cogiendo
un vestido negro muy sensual—. No me imagino a mi prima vestida con esto... Es
muy atrevido...
Lucerna se fijaba mucho en las telas con las
que estaban confeccionados los vestidos...
—
Qué telas más suaves y delicadas... Me da la sensación de que pueden
romperse enseguida...
Cuando más ensimismada estaba tocando aquellos
elegantes y preciosos vestidos, oyó unos pasos presurosos que la asustaron
inevitablemente. De repente, Lisaveta apareció ante ella, pillándola totalmente
de improvisto.
—
¡Lisaveta! —se rió Lucerna levemente incómoda.
—
Qué... ¿con que tocando mis vestidos, no? —le preguntó Lisaveta con
una mirada fulminante.
—
No, no... Sólo estaba viéndolos —se excusó Lucerna avergonzada.
—
¡Mentira! ¡Ese vestido negro no estaba colocado así!
—
Yo, no... no... —balbuceó Lucerna completamente avergonzada.
—
¡Que es broma, tonta! —exclamó Lisaveta estallando en risas lanzándose
a su prima para abrazarla—. ¿Cómo has creído que yo podía reñirte? —seguía
riéndose—. ¡Anda, quítate el bolso y dame un abrazo, que hace mucho tiempo que
no nos vemos!
Ambas primas se abrazaron efusiva y
cariñosamente. Aunque fuesen muy diferentes, la una le tenía muchísimo cariño a
la otra. Habían crecido juntas y habían disfrutado de todos los juegos que
compartían. Lisaveta y Lucerna siempre habían tenido un carácter muy distinto;
pero siempre habían sabido entenderse muy bien; al contrario de lo que les
sucedía a Deena y a Lisaveta... A Deena le parecía que Lisaveta era excesivamente
superficial y que se preocupaba por cosas banales. Lucerna también lo pensaba,
pero no era lo que más le importaba de la personalidad de su prima.
—
¡Tengo que contarte muchas cosas! —le comunicó Lisaveta mientras todavía
la abrazaba—. Es que estamos tanto tiempo sin vernos...
—
Con la tienda, apenas tengo tiempo para nada —protestó Lucerna ya
separándose de los brazos de su prima.
—
Huy, es que las tiendas quitan mucho tiempo, sí, igual que las
fiestas. Es que... ya sabes que mi familia es muy tradicional y aún celebra
tonterías como las puestas de largo... Una prima lejana nuestra ha cumplido
dieciocho años y hoy la presentan en sociedad. Bah. Yo estoy harta de estas
fiestas familiares. Yo prefiero las que se celebran en los pufs privados...
Alguna noche tengo que llevarte a una de esas fiestas. Hay gente muy
distinguida... Yo estuve en una anoche y por eso no he dormido nada. Veremos a
ver cómo disimulo estas ojeras... Tengo que arreglarme y apenas dispongo de
media hora...
—
No te preocupes. Estás ya muy guapa... y yo no te quitaré mucho
tiempo.
—
Tengo que peinarme el flequillo y echarme algo en las ojeras... y
perfume, claro... —dijo mientras rebuscaba en un cajón—. Por cierto, odio este
collar del demonio. Tengo que llevarlo porque me lo regaló mi tía de Rusia y va
a estar esta noche, así que... pero lo odio. Parece como si no estuviese hecho
para mi piel.
—
Pues yo lo veo muy bonito —contestó Lucerna mientras Lisaveta se
peinaba frente al espejo.
—
Tú siempre has sido muy bondadosa con todo. Cualquier cosa te parece
muy bonita, pero este collar no es más que una baratija.
—
Lo importante es el detalle...
Mientras Lisaveta se acicalaba
apresuradamente, charlaba de cualquier cosa con su prima, quien la miraba
sintiendo una leve e inocente punzada de envidia al verla tan hermosamente
vestida y peinada. Además, se preguntaba por qué su hermana y ella no habían
sido invitadas a esa fiesta... Prefirió no preguntárselo a su prima.
—
Ahora tengo que ponerme el perfume...
—
Oh, tienes muchos perfumes de esos caros, esos que huelen tan bien...
—
Y que el olor dura por lo menos tres días, aunque te duches —se rió su
prima mirando aquellos elegantes botecitos.
—
Yo hago perfumes con flores. Si quieres, algún día pásate por la
tienda y puedo enseñártelos. Los hago con las flores que empiezan a marchitarse
porque nadie las compra...
—
Es que los perfumes de flores... no me gustan. Duran poquísimo.
—
No, no duran poco —se rió Lucerna.
—
Y, dime, ¿cómo está Deena? ¿Sigue trabajando en el antro ese?
—
Lamentablemente sí. Tengo miedo por ella. No me gusta la gente con la
que se relaciona; pero no me atrevo a decírselo, ya que, siempre que se lo he
insinuado, se ha enfadado conmigo.
—
Tu hermana es... muy especial.
—
Lo es; pero tiene un corazón que no cabe dentro de ella. Lo único que
siente es frustración...
—
O sea, tía, por frustración no te metes a trabajar en un antro de mala
muerte, Lucerna —protestó Lisaveta con una voz escandalizada. Lucerna no
contestó. No le gustaba que Lisaveta hablase mal de Deena.
—
Bueno... —suspiró Lisaveta dirigiéndose hacia el espejo—, ya casi
estoy. Me falta la boa... Alcánzamela. Está en ese cajón...
—
¡Oh, es preciosa, Lisaveta! —exclamó Lucerna al tener en sus manos
aquel accesorio tan lujoso—. Qué tela tan exquisita...
—
Me la regaló mi padre... —dijo mientras se lo colocaba—. ¡Ya estoy!
¿Te gusta?
—
Sí, estás muy guapa, Lisaveta.
—
¡Tía, no sé por qué no te vistes un poco más moderna! ¡Tienes un
cuerpazo! ¡Podrías sacarle mucho provecho...!
—
Yo estoy muy a gusto así —se defendió Lucerna avergonzada.
—
Mira tu hermana... Sabe que es guapa y muy atractiva y lo aprovecha,
no como tú... Bueno, tampoco quiero forzarte a nada...
—
Gracias —susurró Lucerna algo agotada.
—
Ahora solamente me falta un bolso... Bueno, ya está. ¿Qué te parece?
—le preguntó tras rebuscar en un cajón y alcanzar al fin un bolso que iba a
juego con su traje—. Me parece que me he arreglado demasiado.
—
Estás guapísima.
—
Sí, pero... ¡No sé cómo voy a aguantar esta noche! Ya te he dicho que
ayer no dormí e intuyo que esta fiesta va a ser un tostón... Estoy incluso
mareada del cansancio —se quejó entornando los ojos.
—
¿Te encuentras bien?
—
Lo cierto es que, desde hace unas semanas, me siento excesivamente
cansada. Será el ajetreo de la universidad, de las fiestas, de los viajes. Buf,
a veces me pregunto cómo es posible que no explote.
—
Pues no se te nota para nada, Lisaveta.
—
Bueno, pero cuéntame tú... ¿Qué es de tu vida? ¿Todavía no has
conocido a un chico que merezca la pena?
—
Pues todavía no... Todos los hombres que vienen a comprar flores a mi
tienda lo hacen porque quieren hacerle un regalo a su novia, así que...
—
¡Bua! ¿Y eso qué más da, tía? —se rió Lisaveta escandalizada.
—
Claro que da, Lisaveta. Además, no tengo ganas de tener nada con
nadie... Igual que tú, yo tampoco necesito tener novio...
—
No sé cuántos pretendientes me han buscado mis padres este año ya, por
lo menos cincuenta y siete... y todos me parecen bodrios. No existe mi hombre perfecto,
Lucerna. Voy a morirme sola con mis idiomas y mis vestidos, pero me da igual. Ellos
no me serán infieles. Los hombres son infieles por naturaleza, ¿sabes? Primero
te prometen el paraíso y luego te lanzan al infierno.
—
Bueno, no creo que todos sean así...
—
Nada, nada, tía... Todos son iguales. ¿Ellos no dicen lo mismo de las
mujeres? Pues ya está... pero... a ti te pasa algo... ¡Te veo extraña! ¡Esa
mirada es de mujer enamorada!
—
No, no, te equivocas... —sonrió Lucerna avergonzada. Estaba a punto de
sonrojarse.
—
Sí, ¡tú estás enamorada! Dime, ¿no será el lerdo ese de Jorge Hierbas?
—
Jorge Céspedes se llama, y no es él. No me gusta ese tipo de
hombres... Además... prefiero no opinar...
—
¿Entonces quién es? ¡Porque tú estás enamorada fijo, tía!
—
¡Que no! Y ya tengo que irme... Mañana me espera un día muy duro...
—
—
Sí, qué asco, mañana es lunes. En fin, tía, que te vaya bien todo.
Muchas gracias por la visita y espero que no tardes tanto tiempo en venir a
verme...
—
Gracias a ti por recibirme a pesar de estar tan atareada. Nos vemos
pronto, Lisaveta.
Cuando Lucerna salió de la casa de su prima,
sintió que su corazón deseaba estallar por dentro de ella. Estaba agobiada y levemente
cansada sin saber por qué. Enseguida dedujo que había sido su prima la que la
había agotado tanto. Lucerna era muy tranquila y su serenidad contrastaba con
la efusividad y la euforia con las que Lisaveta siempre teñía todas sus
palabras y sus movimientos. «Creo que pasará otro medio año antes de que vuelva
a visitarla», se dijo mientras se alejaba de aquel lujoso
hogar. Aunque ya se hubiese distanciado bastante de la calle donde vivía su
prima, le parecía oír en su mente su fina y estridente voz... Incluso notó que
tenía unas tenues ganas de llorar. Siempre que estaba con su prima, aunque le
hiciese reír, se sentía inferior a su lado. Le daba la sensación de que su
vida, comparada con la de Lisaveta, era insulsa y que ella era alguien sin
sentido ni emoción... Aparte, la molestaba que no las hubiesen invitado a esa
fiesta a su hermana y a ella... Intentó relajarse y desprenderse de todos esos
pensamientos dando un paseo por un parque que quedaba cerca de su tienda...
Mañana sería otro día...
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